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Opinión
La hermosa y señorial ciudad de Cuenca
Luego de un periplo de 6 años interno con los jesuitas en la Sultana de los Andes, una de las opciones que tenía para estudiar Medicina era Quito o Cuenca. Y opté, por la cercanía a Milagro, mi ciudad, por la Atenas del Ecuador.
Yo sabía lo que significaba Atenas para Grecia y el mundo y me dije “me voy a Cuenca”. Quería ser médico y allá la Facultad de Medicina tenía mucho prestigio y prestancia en el Ecuador.
Y me enamoré de tan bella ciudad a la cual se accede escalando montañas entre cedros y abedules, explorando el cielo en medio de una brisa que estremece el alma, mirando las nubes volar cuales pájaros alados, convirtiendo el cielo en verdaderos mares, imaginables con alas tenues y frágiles que se deshacen al viento entre un páramo fértil, cubiertos de retamas, orquídeas, pajonales y turberas que aparentan abrigar la piel de la madre tierra.
Al llegar, un ambiente colonial y europeo con calles empedradas, con cuatro hermosos ríos cantores que al chocar contra las rocas los transforman en cuerdas cantarinas que dan cierto halo de candor a toda la urbe.
Ciudad del arte, la cultura, la ciencia y la poesía, cuántos días me acurruqué en la hierba en los márgenes del río para disfrutar de los libros, la medicina y la melancolía.
A mis compañeros, a mis amigos, a mis colegas y a mi familia les envío el fuerte abrazo de hoy y todos los días.