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Opinión

Editorial

Domingo de Ramos

Jesús fue recibido en jerusalén entre palmas y vítores. Y hacía presumir que su doctrina triunfaba sobre la persecución de los representantes del Imperio Romano, porque Jesús había dicho que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y también cuestionó duramente el comportamiento de los miembros del colectivo judaico.
Luego de la apoteosis vendría la Última Cena, en la cual dijo que uno de sus discípulos lo traicionaría. Y así ocurrió cuando un beso traidor señaló a los sayones quién era el Maestro para que fuera detenido.
Pareció que todo concluía con Jesús apresado y juzgado, pero no se imaginaban que sería sometido a una cruel tortura y luego a la crucifixión. Cristo, muerto y sepultado, resucitó al tercer día. Mandó a los apóstoles que predicaran por el mundo el evangelio y después subió a los cielos.
La Iglesia católica recuerda estos hechos con solemnidad y el culto religioso  hace demostraciones de fe cristiana con procesiones que en nuestro país se celebran en varias ciudades, con especial resonancia la de Jesús del Gran Poder en Quito y la del Cristo del Consuelo en Guayaquil, que congregan a multitudes.