Exclusivo
Opinión
Editorial: ¡Transparencia está en duda!
La Comisión de Fiscalización no puede estar en manos de quien degrada su función. Urge recuperar la decencia y actuar con firmeza institucional
La presidencia de la Comisión de Fiscalización exige una cualidad irrenunciable: la respetabilidad. Sin ella, cualquier intento de control político está condenado a la sospecha, a la desconfianza, al descrédito. Un legislador que ostente ese cargo debería entender que su prestigio debe estar al servicio del país, no de intereses partidistas ni personales. Pero en el Ecuador actual, donde la mediocridad se ha normalizado y el fraude se pasea impune, esa aspiración parece utópica.
El espectáculo que hoy ofrece la Comisión de Fiscalización es bochornoso: acusaciones cruzadas entre sentenciados, prófugos y personajes con prontuario. Lo intolerable no es solo la degradación del debate público, sino que su responsable principal se mantenga en funciones como si nada. Nadie exige cuentas, nadie se ruboriza.
Si tuviera algo de dignidad, ya habría renunciado. Y si no lo hace, le corresponde a la Asamblea actuar. Un Legislativo que aspire a recuperar algo de decencia institucional no puede tolerar este deterioro moral sin consecuencias. La remoción de quien promueve esta farsa es un imperativo ético y político.