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Opinión
¡Papá e hijo, juntos en el más allá!
Redacción Quito
El sargento de Fuerzas Especiales, Édison Aguilar, tomó su boina roja, la puso en el féretro de su padre y le gritó: “¡Misión cumplida, papá!”. Eso ocurrió hace seis meses, cuando su progenitor murió por un cáncer de próstata, sin saber que después él lo alcanzaría en el más allá.
Édison fue uno de los 22 militares que murieron en el accidente aéreo de Pastaza, del pasado 15 de marzo. Ayer, un día después de su entierro, en el cementerio de El Batán, del norte de Quito, sus familiares levantaron un pequeño altar en la casa de su madre Carmela Fauta.
Una vela encendida iluminaba la gorra roja de una calavera de cerámica (símbolo de los miembros de las Fuerzas Especiales), junto a la fotografía de Aguilar. Alrededor de las pocas imágenes del soldado, sus seres queridos se reunieron para recordarlo una vez más.
Doña Carmela, vestida de duelo, dijo que su hijo “era muy cariñoso cuando me visitaba y también en el momento que se despedía”.
Édison rompió con la tradición de sus dos primos y su hermano, quienes forman parte de la Policía Nacional. “Él era ‘la oveja negra’ de la familia”, bromeó Marcos Fauta, sargento policial, quien rememoró la valentía de su pariente militar.
Wilmer Fauta, otro primo del fallecido, atesora en su memoria el instante en que su allegado acudió al llamado de la Patria en la guerra del Cenepa, en el 95. “Entró como aspirante a soldado y lo ascendieron rápidamente”, explicó Wilmer, quien lo apoyó para que continuara en la vida castrense.
Luego del sepelio, todos los familiares acordaronrecordar a Édison como un valeroso uniformado que llegó muy lejos en el Ejército y con virtudes difíciles de superar.
Por otro lado, cinco de los 22 accidentados en Pastaza fueron sepultados el jueves en la capital. (MAG)