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Docentes sonríen con los estudiantes a pesar de la difícil situación tras el sismo en Esmeraldas.Luis Cheme / Extra

Sismo en Esmeraldas: Maestros sanan el trauma infantil con juegos y estudios

Educar entre escombros: la esperanza que nace en un albergue improvisado de Esmeraldas, tras el fuerte sismo de abril de 2025

Más allá de los escombros que dejó el sismo de magnitud 6 que azotó Esmeraldas el pasado 25 de abril, persiste una herida invisible: el trauma en los niños. Tras sobrevivir al colapso de sus hogares, decenas de pequeños enfrentan la angustia de la incertidumbre y el miedo a un futuro incierto.

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En medio de este escenario devastador emergen héroes sin capa, pero con mochilas repletas de lápices de colores, hojas en blanco y cuentos que reconfortan. Son docentes del Ministerio de Educación, integrantes del programa SAFPI (Servicio de Atención Familiar para la Primera Infancia), quienes se han trasladado al albergue provisional instalado en la Unidad Educativa Teodoro Morán Valverde, en el recinto Las Piedras, zona rural del cantón Esmeraldas.

Su misión va más allá de impartir clases: llegan para ofrecer consuelo, afecto y una chispa de normalidad a los más pequeños.

Esmeraldas colapsó el 25 de abril de 2025

El sismo golpeó con fuerza. Según reportes oficiales, varios sectores de Esmeraldas sufrieron daños severos, siendo Piedras Viejas, un sector dentro de Las Pierdras, uno de los más afectados. Más de 20 viviendas colapsaron total o parcialmente, obligando a sus habitantes a buscar refugio. Entre escombros, llantos y alarmas, los niños presenciaron el miedo en su forma más cruda. Muchos no comprendían lo que ocurría; otros apenas alcanzaban a entender que su cama ya no existía, que su escuela se cerraba y que sus padres lloraban sin consuelo.

Frente a esa realidad, se hizo urgente crear espacios seguros para las familias damnificadas. Aunque no estaba diseñada como refugio, la Unidad Educativa Teodoro Morán Valverde se transformó en un albergue improvisado. En sus aulas ahora hay colchones, mantas, cocinas portátiles y, sobre todo, una comunidad que se aferra a la solidaridad para resistir.

Aunque aún no se ha establecido un número oficial de niños albergados, los docentes estiman que al menos 25 menores han sido directamente afectados, entre aquellos que viven en el refugio y los que acuden diariamente a participar en las actividades. Son niños que han visto derrumbarse su mundo, pero que, pese a todo, conservan la energía luminosa que solo la infancia puede sostener.

Cuaderno de apuntes de una estudiante.Luis Cheme / Extra

“El primer día que llegamos, sus rostros lo decían todo: miedo, ansiedad, silencio. Algunos no hablaban, otros lloraban sin parar, muchos sufrían pesadillas”, recuerda Cenia Bustos Alegría, maestra de Educación Inicial y una de las docentes líderes del equipo. Ella forma parte del SAFPI, un programa diseñado para apoyar el desarrollo emocional y cognitivo de niños afectados por situaciones de emergencia.

“Los niños están desorientados, temerosos, inseguros. Nuestro rol es ayudarlos a recuperar su equilibrio emocional, a reencontrar la confianza, a sentirse acogidos”, explica mientras sostiene una caja de témperas y pinceles que, en este contexto, funcionan como verdaderas herramientas de sanación.

Sanar a través del arte y el juego

Desde temprano, cada día, el equipo docente organiza actividades lúdicas adaptadas a distintas edades. Los niños dibujan lo que sienten, lo que sueñan, lo que extrañan. A veces sus trazos muestran casas rotas o rostros tristes. Otras, aparecen soles, mares y familias abrazadas. Dibujar se ha convertido en su idioma emocional.

Además de pintura, se desarrollan juegos cooperativos, cuentos dramatizados y dinámicas grupales que estimulan la empatía, la comunicación y la expresión emocional. Las actividades no solo entretienen: están diseñadas para reconstruir vínculos, generar confianza y ayudarles a procesar lo vivido.

“Es impresionante ver cómo, después de unas horas jugando, los niños se abren. Se ríen, hablan, cantan. Poco a poco, vuelven a ser ellos mismos”, relata conmovido uno de los docentes mientras un grupo se turna para leer un cuento bajo la sombra de un árbol.

Los niños adquieren conocimientos mediante juegos diseñados para diferentes edades.Extra

Voces desde el refugio

“Cuando fue el temblor, mi casa se cayó. Me asusté mucho porque estaba con mi hermanito pequeño. No sabíamos a dónde correr”, dice Mateo, de 9 años, mientras colorea con crayones una cartulina. “Aquí me siento mejor, la profe me enseñó un juego para que no tenga miedo”.

Para su madre, Teresa Cabezas, la presencia de los docentes ha sido un bálsamo: “Yo también estoy mal, nerviosa. Pero ver que mi hijo se distrae, que ya no se queda callado todo el día, me alivia el corazón. No sé cómo agradecerles”.

Jéssica, madre de tres pequeños, también lo resume con emoción: “Estos días han sido durísimos. Hace calor, hay zancudos, todo es improvisado. Pero los profes han sido como ángeles. Se sientan con nuestros hijos, los escuchan, los abrazan. No solo enseñan: también sanan”.

Más allá de la emergencia

Aunque la labor de los docentes ha traído alivio, la situación en el albergue sigue siendo precaria. Hay carencias de todo tipo: problemas de saneamiento, escasez de recursos, falta de privacidad. Y la mayor angustia persiste: no se sabe cuándo podrán regresar a casa.

Por eso, el trabajo del SAFPI no se limita al aula. El programa también incluye capacitaciones para padres, articulación con psicólogos y coordinación interinstitucional para brindar un acompañamiento integral y sostenido.

“El trabajo emocional no se resuelve en un día. Esto es una maratón, no una carrera corta. Pero estamos aquí para quedarnos todo el tiempo que sea necesario”, afirma Cenia con firmeza.

Piedras Viejas intenta ponerse de pie. Su gente ha demostrado una resiliencia admirable, organizándose para compartir lo poco que tienen, cuidar a los más frágiles y reconstruir lo que puedan. Pero es claro que aún necesitan más: materiales, servicios básicos, atención médica, y sobre todo, una red de apoyo que les recuerde que no están solos.

“El futuro de estos niños depende de lo que hagamos hoy”, dice una maestra. “Si logramos que no pierdan su alegría, que sigan sintiéndose valiosos, que no se sientan abandonados, entonces habremos hecho algo importante”.

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