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Traumados por el sentimiento de culpa
Padres de niños que han sido víctimas de abusos sexuales han perdido sus trabajos para protegerlos y conseguir que se haga justicia.
Pensó que el abuso sexual del que fue víctima cuando era una niña no se repetiría. Se equivocó. Pese al cuidado minucioso que creyó darle a su hija, ella fue víctima también de abuso. El execrable hecho ocurrió en las gradas del condominio donde vivía en Quito, justo cuando la menor de edad llegaba del colegio.
“Llegué a pensar que era el monstruo por no haber protegido más a mi hija”, reflexionó Virginia (nombre ficticio), quien ahora no deja ni un instante sola a su pequeña.
El sentimiento de culpa la atormenta. Confiesa que rechazó algunos trabajos de oficina para hacer negocios desde casa y así cuidar de su hija. Sin embargo, el victimario la acechaba y evadió los controles para su cometido. “A veces me encierro en un cuarto. Me golpeo y lloro porque me siento culpable”, cuenta afligida y desmoronada.
Virginia se mudó de domicilio, cambió de centro educativo a su hija y se dedica al ciento por ciento al cuidado de ella. “La acompaño a todos lados, hasta la tienda. La vida nos cambió”, dice. Sus días transcurren entre diligencias judiciales -por el abuso de su hija-, terapias particulares de psicología y consultas médicas para tratar unas afecciones que le transmitió el violador a su niña.
Ella ha absorbido los problemas psicológicos que el abuso dejó en su pequeña y al igual que los padres de otros menores de edad agredidos sexualmente, el sentimiento de culpa los consume y lloran. Algunos hasta han perdido sus empleos.
Los guardaespaldas
María y Sebastián aseguran no ser los mismos cuando su pequeño de 7 años les reveló la pesadilla que vivió en los baños de un colegio ubicado en la vía a Daule, norte de Guayaquil, y de donde habrían cometido al menos “un centenar” de abusos a estudiantes de entre 6 y 8 años.
“Siempre he cuidado a mi hijo, pero jamás uno se imagina que dentro de un colegio lo iban a abusar”, reiteró la mujer, quien al principio se sintió culpable por el hecho.
Por cumplir con su trabajo, María dejó de acompañar a su hijo al colegio. Esa tarea, así como el trámite legal, ahora lo cumple Sebastián, su esposo, quien dejó de laborar para vigilar que nadie le haga daño a su primogénito en la nueva institución educativa donde lo cambió.
“Uno tiene miedo que se vuelva a repetir el abuso”, manifestó el padre.
Él se queja de la lentitud del proceso judicial, pues señala que aún no se realizan los exámenes psicológicos a su hijo, ni tampoco ha recibido las terapias psicológicas prometidas por el Ministerio de Educación. “Me tienen de un lado para otro. Hoy (ayer) fui a un centro y me dijeron que no pertenecía aquí y que vaya a otro lado”, indicó.
“La vida nos cambió completamente. Tengo que guardar mis lágrimas y hacer sentir seguro a mi hijo. Él me dijo que cuando lo abusaron me llamó y no estuve ahí”, recordó María.
Para poder sobrellevar el abuso sexual que sufrió su hijo de 7 años, Patricia también tuvo que renunciar recientemente a su empleo.
Ella atestigua que los constantes permisos para acudir a Fiscalía, reuniones con los abogados y dejar y recoger a su niño de la entidad educativa fueron insostenibles. Ahora el tiempo lo ocupa entre las reuniones y su vástago.
“Ya no dejo que salga solo a jugar. Sino estoy yo, es mi mamá quien lo vigila. No confiamos en nadie”, remarcó.
A diferencia de Sebastián, ella comentó que recién la próxima semana tendrían la primera cita psicológica con su pequeño. Afirma que la necesita de urgencia, pues las crisis de agresividad de su hijo aún permanecen, pese a que fue cambiado de escuela. “A veces me pega, no quiere comer. Trato de calmarlo y aconsejarlo. En internet busco qué hacer hasta obtener la ayuda especializada”.
Patricia trata de lidiar con los abrumadores episodios que su mente hila de imprevisto. “Un día me descontrolé. Recordé cada palabra que me contó mi hijo. Me llené de rabia y lloré desconsoladamente en plena calle. Nadie entendía mi dolor”.
Estrés y sobreprotección, las secuelas en padres
La psicóloga Beatriz Gómez asegura que la terapia psicológica en los padres de los menores de edad abusados sexualmente también es prioritaria.
Gómez señala que el progenitor, a más de sentirse culpable por descuidar o no comunicarse con su hijo, puede padecer estrés, psicosis y llegar a sobreproteger al menor de edad debido al miedo de que exista otro abuso.
“Como padres pueden sentir culpa por haber estado pendientes del trabajo u otras ocupaciones y no darse cuenta al principio de lo que estaba pasando”, indicó.
La experta recomienda sesiones separadas de padres e hijos, así como una adecuada comunicación en la que sea el progenitor quien le hable de sexualidad y explique lo que está bien o mal, cómo proteger su cuerpo y exponer si es tocado por alguien extraño.
“No solo se trata de preguntarle al niño cómo te fue y qué tal todo. También razonar con él, saber cómo se siente”.