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Ubicado en pleno centro histórico de la capital ecuatoriana, a unos 200 metros de la Plaza Grande, sus imponentes muros de piedra son el hogar de doce monjas.EFE

Tres siglos de arte, rezos y silencio en el Carmen Bajo de Quito

El monasterio del Carmen Bajo, situado en el casco colonial de Quito, acoge entre sus gruesos y blancos muros obras de arte de hace más de tres siglos, testigos silenciosos de las oraciones de la orden de las Carmelitas, que llegó a Ecuador hace 350 añ

El monasterio del Carmen Bajo, situado en el casco colonial de Quito, acoge entre sus gruesos y blancos muros obras de arte de hace más de tres siglos, testigos silenciosos de las oraciones de la orden de las Carmelitas, que llegó a Ecuador hace 350 años.

Ubicado en pleno centro histórico de la capital ecuatoriana, a unos 200 metros de la Plaza Grande —epicentro de la actividad política del país—, sus imponentes muros de piedra son el hogar de doce monjas, algunas de ellas risueñas, la menor de 18 años y la mayor de 103, aunque los rostros de muchas esconden su verdadera edad.

“Es por el frío del lugar, que nos mantiene como en refrigeración”, suelta entre carcajadas la hermana Raquel de Santa Teresita y San José, de 59 años, estatura pequeña, gran sonrisa y piel tersa.

Es la encargada de las obras de arte de un monasterio en el que vive hace 41 años, y cuya historia se recopila el libro Desde las entrañas del Carmelo, que se presentó el lunes 15 de octubre de 2018.

Su autor, el sacerdote colombiano Carlos León, quiere que “la gente vea la otra parte del ser humano, (..) alejada del ruido y los intereses materiales (..), que vea la interioridad a través del silencio, (..) que busque dentro de sí lo que trata de hallar fuera”, reflexiona para Efe sobre la espiritualidad carmelita.

Y es que entrar al monasterio es como pasar a otra dimensión: una de silencio y contemplación, que contrasta con el bullicio del centro histórico donde viven más de 36.000 personas y otras miles realizan a diario actividades comerciales y turísticas.

“Oramos por los que están afuera, por el mundo. La oración es el centro de nuestra vida”, comenta a Efe la hermana Cecilia, de 36 años, y quien a los 17 se hizo misionera y a los 24 ingresó en este claustro.

Fundado originalmente en 1669 en Latacunga (al sur de Quito), el monasterio —realmente denominado de la Santísima Trinidad— fue trasladado a su actual ubicación tras un terremoto a finales del siglo XVII.

Se extiende sobre unos 5.400 metros cuadrados, y su disposición arquitectónica deja ver con claridad dos claustros de dos pisos: el de los Naranjos, por los frutales sembrados en su patio, y el de la Magnolia, que heredó su nombre de un árbol sembrado allí hace cien años.

El primero, de gruesos muros, se extiende alrededor de un patio rectangular y galerías de treinta arcos de medio punto sobre pilares cuadrados de piedra; en su planta más alta, columnas ochavadas de piedra.

El segundo, de planta rectangular ajardinada, consta de galerías de arcos de medio punto sobre columnas dóricas de piedra, mientras que en la planta superior resaltan los arcos de medio punto sobre columnas rectangulares de mampostería de ladrillo.

Su verdadero tesoro se encuentra en las habitaciones de este segundo claustro, que albergan pinturas sobre lienzo, esculturas en madera y de cera, y un espléndido belén con cientos de piezas que tuvieron guardadas durante siglos.

“Sólo en la sala del belén habrá unas 500 obras” y “muchísimas” más en todo el monasterio, dice la hermana Raquel a Efe.

Entre ellas está la pequeña imagen de una virgen del siglo XVIII que atribuye a Bernardo de Legarda, uno de los más importantes representantes de la Escuela Quiteña.

Fue la que, aparentemente, inspiró la creación de la escultura de treinta metros que se levanta desde 1975 en la cima del Panecillo, un cerro a 3.000 metros de altitud desde el que la virgen custodia el corazón de Quito.

De todas las obras del monasterio, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) cataloga 365 como bienes patrimoniales, entre pinturas, esculturas, mobiliario y marquetería.

Un tesoro arquitectónico y artístico que contrasta con sus más modestas fachadas exteriores, de un metro de ancho y hasta veinte de alto.

Culminadas por dos torres, un gran portón de madera laboriosamente tallado da entrada por la calle Olmedo a la Iglesia del Carmen Bajo, con un altar mayor de estilo barroco que se eleva hasta los quince metros