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Hasta siempre, Don Medardo
Familiares, amigos y fans lloraron su partida. El artista deja un legado después de 68 años de exitosa carrera, en los que impulsó la cumbia andina.

Los restos del artista fueron velados en el Ágora de la Casa de la Cultura.
El hombre que convirtió la tristeza en alegría a través de sus canciones dijo adiós para siempre: Medardo Luzuriaga. Aunque partió, deja un legado perenne representado en esas cumbias andinas que popularizó.
Así lo sostuvo el cantante Gustavo Velásquez. Los ojos rojos y sus mejillas humedecidas por las lágrimas demostraban la pena por su amigo fallecido, Don Medardo. Con voz tranquila, Velásquez recordó que al inicio de su carrera el maestro le dijo: “Cantar cumbia es lo mismo que cantar un pasacalle, pero bailando”.
Este cantante fue uno de los vocalistas de la agrupación la Primerísima y llegó a ella por recomendación de un amigo. Aunque al principio no sabía bien cómo interpretar ese género, Medardo confió en su talento y le enseñó que los ecuatorianos “por nuestra idiosincrasia, bailamos sobre nuestras desgracias”, comentó a EXTRA.
Los 68 años de vida artística del recientemente fallecido estuvieron plagados de éxitos y se cristalizaron con la creación, en 1967, de la agrupación Don Medardo y sus Players.
La primera ciudad que le abrió sus puertas y el corazón del pueblo fue Chone, en Manabí, por eso a ella le dedicó Cumbia chonera, una de sus más emblemáticas canciones. Escrita por Segundo Bautista, llevaba por nombre Cumbia salvaje, pero Medardo llegó a un acuerdo con el compositor para cambiarle el título en homenaje a ese poblado manabita, contó Velásquez.
No solo la música corría por sus venas, el ingenio también lo hacía y, por eso, a palabras del acordeonista Paco Godoy, Medardo “tenía algo de psicólogo”, porque analizaba a su público para saber qué es lo que quería.
Era meticuloso, estaba pendiente de cada detalle de los arreglos de sus melodías y “era un músico completo”, acotó su amigo. Tocaba 12 instrumentos, dirigía a quienes formaban su orquesta y además componía.
“Él respiraba y vivía la música”, desde pequeño estuvo en las bandas de la escuela y formó parte de famosas agrupaciones como Tropical Boys, Zamora Boys, Los Diablos Rojos, entre otras.
A Quito se mudó en 1959, donde estudió en el Conservatorio Nacional de Música y se integró a otras agrupaciones, antes de crear la propia.
Su talento no pasó inadvertido. Incluso grabó con Héctor Bonilla un piano a cuatro manos, una técnica en la que dos intérpretes tocan un mismo instrumento, lo que Godoy aplaudió.
Los dos se conocieron en un programa de televisión y desde ahí empezaron una amistad que los llevó a cantar en los mismos escenarios, cada uno con sus agrupaciones y, en ocasiones, en conjunto por la ovación del público que los aclamaba.
Sus melodías suenan en cada fiesta popular: en bautizos, 15 años, casamientos y demás. Godoy exaltó que una de las más queridas canciones es Quiteñita de mi vida, que no puede faltar en las celebraciones de fundación de la capital.
A todo pulmón la corea María Francisca Cadena, una fanática de Medardo. Esa melodía le llega a lo más profundo de su ser y le estremece las emociones cada que la escucha. Se acuerda de su esposo, Gabriel Bautista, con quien permaneció por 35 años; previo a eso tuvieron un lapso de separación “porque se hizo de otro hogar”. Pero la canción es parte de su historia amorosa porque él regresó, la buscó y le dedicó aquella melodía, comentó.
Su don de gente es lo que más recuerdan quienes alguna vez trabajaron con él. Orlando Paz lo conoció hace 40 años y laboró por 10 en el almacén de música que Medardo tenía. Hasta hoy recuerda que empacaba los discos para después distribuirlos; le tiene un agradecimiento especial porque le dio una oportunidad de ganar dinero.
En un bus llevaban los instrumentos, los pedestales, luces y micrófonos que eran parte de la tarima en cada presentación. Más de una hora solían demorarse en armarlo para que el ídolo popular comparta con su gente. Así rememoró Pablo Esteves la época en la que trabajó con Medardo como parte del equipo logístico. El maestro se paseaba por el recinto en el que iban a tocar y solía hacerles bromas; los chistes eran su característica especial.
Incluso, en casa guardaba un libro de ‘cachos’, con el acordeón cantaba y se soltaba algún chascarrillo, narró Marcelo, uno de sus hijos.
Medardo era ‘buen diente’ y no perdía oportunidad de degustar los platillos que le agradaban. Cada que se veía con el cantante Mauricio Nuñez aprovechaba para ir al sur de Quito y comer un viche, contó.
El locro de papa, la carne de chancho y los huevos revueltos derretían su paladar. Su café de las once de la mañana era infaltable, el humo que emanaba la taza de la bebida caliente parecía moverse al ritmo de la música. Cada sorbo iba acompañado de canciones de Glenn Miller o los temas románticos de Los Panchos, sus artistas preferidos, y así pasaba sus días, según recordó su nieto Ricardo.
El aroma de aquellos platillos hace falta en su casa, ubicada en el sector de El Inca, norte de Quito, en donde Medardo ya no está más. Murió el pasado 19 de junio, en horas de la mañana, en un hospital. Aunque su voz se apagó, su música sigue sonando en el país como en una eterna verbena.