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Diario Extra Ecuador

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¡Se dicen “adiós” todos los días!

La Muerte es, quizá, un residente habitual del lugar. Pese al drama se respira un ambiente familiar en el que los pacientes dejan este mundo “en paz”.

El trato humano es fundamental en este lugar.

El trato humano es fundamental en este lugar.Fotos: Karina Defas y Cristóbal Corral / EXTRA

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Esa mañana, Juanito llevó una bolsa de chocolates y la repartió entre las enfermeras de ese hospital de misericordia. Horas más tarde el conteo regresivo, como enfermo terminal, llegó a su fin: un derrame cerebral se lo llevó. Sin saberlo esa fue su forma de decir adiós.

Meses antes tuvo claro que para los pacientes del Hospice San Camilo cualquier día, quizá, puede ser el último.

Ellos llegan allí con la certeza de que vivirán en el lugar sus últimos meses, semanas, días o minutos.

Muchos de quienes laboran allí crean vínculos de amistad con los pacientes. La coordinadora de enfermería, Fernanda Maldonado, no es la excepción. “Somos humanos”, dice en medio de un suspiro.

Cuenta a EXTRA que, por eso, todo el personal médico recibe terapia sicológica para sobrellevar la partida de quienes permanecen en esas instalaciones.

La gente llega al Hospice San Camilo a morir. Pero Maldonado y su equipo de trabajadores se aseguran de que los últimos momentos de cada paciente estén llenos de cariño y calor de hogar.

El director del lugar, el padre italiano Alberto Redaelli, ha recolectado un sin número de historias en sus más 20 años de experiencia.

Recuerda, por ejemplo, a Yulexi, de 16 años, cuyo sueño era pasar una noche en la playa antes de morir. Y así lo hizo.

También rememora con una sonrisa a Jess y a su novio Ariel, quienes hicieron una boda simbólica en las instalaciones unos días antes de que ella dejara este mundo.

En los pasillos de la residencia hay un aire hogareño, pese a que la muerte ronda cada rincón. Sin embargo, esto no borra las sonrisas.

En la actualidad, de las 24 piezas disponibles hay ocho ocupadas por enfermos terminales que reciben cuidados paliativos.

Un gemido de dolor invade uno de los pasillos. Se trata de Alicia (nombre protegido), quien ha pasado las últimas horas sentada en una silla de ruedas.

Por esa razón, los enfermeros deciden que es hora de llevarla a la cama. No es un trabajo sencillo: deben cargarla con mucho cuidado, ya que tiene una sonda que sale de su vejiga. Deben acomodarla en una posición en la que no sienta dolor.

Le colocan almohadas en la espalda. “¿Está bien ahí, mamá?”, le preguntan cariñosamente. Pasan varios minutos hasta que Alicia está dispuesta en una posición en la que el dolor ha desaparecido y abraza a Chiqui, un pequeño cojín que la acompaña en sus sueños. “¿Está cómoda ahora?”, pregunta el enfermero, y ella contesta con una señal de la mano, indicando “más o menos”. Las risas inundan la habitación, pues saben que a Alicia le gusta bromear.

Los cuartos del hospicio no se reconocen por los números, sino por el nombre de un sentimiento.

Los pacientes ‘más vanidosos’ pueden ir al cuarto llamado ‘Belleza’ y arreglarse, perfumarse y maquillarse para recibir la visita de sus familiares.

Una enfermera arregla el cabello de uno de los pacientes, don Jaime. “Solo las puntas”, afirma.

Don Jaime padece de Alzheimer y cáncer de próstata y la mayoría del tiempo pasa con los ojos cerrados. Durante los últimos 90 días de su vida la residencia es su “segundo hogar”.

Él tiene las manos frías. Dos enfermeras las frotan tratando de abrigarlas un poco y, aunque lo llaman por su nombre una y otra vez, él no abre sus párpados.

‘Alegría’ es otra de las habitaciones. La pieza ha estado vacía desde hace dos meses cuando su última habitante, Miryam, dejó de existir.

“Si cierras los ojos puedes sentir que ella está ahí”, comentó el padre Alberto, quien la recuerda con cariño. Él mismo dio la misa al mes de su fallecimiento.

El sacerdote sabe que en cada rincón de la residencia se forjan historias y se queda un pedazo de la vida de las personas.

Fernanda dice que ha sido testigo de varios momentos de perdón.

“Aquí han venido pacientes que se han pedido perdón con sus familiares, que han decidido olvidar rencores, que han decidido irse en paz”. Y es que el saber que queda poco tiempo -nunca se sabe si estarán mañana-, lleva a los residentes a amigarse con lo que dejarán atrás.

En las vitrinas se exhiben artesanías hechas por los mismos pacientes. El lugar tiene espacios para que los familiares pasen horas con sus seres queridos. Por ejemplo, hay un comedor, una sala de televisión, un cuarto con sillones y áreas verdes por las que los mismos pacientes pueden pasear cuando lo deseen.

“Aquí no tenemos hora de visitas. Aquí los familiares pueden quedarse cuanto quieran y todo lo que los pacientes hacen, como salir a pasear, es cuando ellos lo deciden.

Lo más importante es lo que los pacientes desean”, comenta Fernanda.

Aunque los ambientes mortuorios suelen ser fríos y temerosos, se respira un aire cálido.

Los enfermeros y médicos se convierten en los parientes más cercanos de quienes llegan al lugar para decir “adiós”. “Se van en paz. Se van tranquilos”, explica Fernanda con los ojos vidriosos.

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