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Pedalean 3.600 kilómetros por una nueva vida
‘Chamos’ buscan cumplir una travesía de más de 3.600 kilómetros, en bicicleta. La idea también es entre todos montar una panadería en su destino final, Lima.
El hambre y el desconsuelo agobian a los venezolanos que aspiran a un mejor futuro. Sin embargo, estos cuatro migrantes demuestran que los deseos no mueren y se mantienen encima de una bicicleta.
Hoy por hoy, por la crisis que paulatinamente desmorona a ese país, miles de ellos cruzan fronteras para probar suerte. A todos no les va bien ni tienen la posibilidad de conseguir trabajo o dinero para emprender otros rumbos. Pero la verdad, hacen el intento.
Hay unos a quienes las experiencias de los que regresan abatidos los hace sentir temor de arriesgarse a aventurar en un viaje lleno de obstáculos que incluso pone en riesgo sus vidas.
Sin embargo, existen otros que no se espantan y se inventan nuevas formas de escapar de la dura situación que los sofoca.
Este es el caso de cuatro jóvenes que, sin conocerse previamente, viajan en la actualidad rumbo a Lima (Perú) en sus bicicletas. No les importa que avanzan sin dinero. Afortunadamente en el camino han recibido colaboración de quienes se conmueven al conocer su historia y les brindan algo de comer o un lugar donde pasar la noche.
Elizabeth Delgado tiene 25 años y es de Táriba, al occidente de Venezuela. Ella salió de casa a finales de febrero del 2018. Lo hizo sola. Pedaleó más de cien kilómetros hasta llegar a Pamplona, un municipio colombiano del departamento Norte de Santander, no tan distante de la frontera.
La joven no consiguió trabajo como esperaba pero, después de unos días, alguien le prestó una cafetera para que vendiera ‘tinticos’ y obtuviera algo de dinero
Pasó cerca de un mes y, de repente, cruzaron frente a ella tres compatriotas en bicicleta por la vía que conecta a Pamplona con Bucaramanga. “Les pregunté qué hacían y hacia dónde iban. Me respondieron que se iban para Lima a probar suerte y les pedí que me esperaran. No tenía nada más que mi mochila y mi bicicleta, así que agarré todo y me les uní”, relata Elizabeth.
Ese grupo de ciclistas lo conforman Roybert Ortiz, William Linares y Juan Jiménez. Ellos tampoco se conocían pero, a través de un grupo de la red social Facebook, se pusieron de acuerdo para encontrarse en San Antonio del Táchira, localidad fronteriza venezolana.
Así se lanzaron juntos a la odisea de recorrer 3.600 kilómetros. Con algo más grave: hay tramos que superan los 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar, con frío y fuertes ráfagas de viento.
Los trayectos en el litoral, unos son frescos y otros sofocantes tal y como les pasó en Guayaquil el pasado miércoles 6 de junio.
Y aunque para Elizabeth es el peor cambio de temperatura que ha sufrido en la vida, no lo compara con la experiencia de atravesar parte de la cordillera.
“En el páramo aguantamos temperaturas bajo cero, sin tener lugares donde protegernos del frío. Eso ha sido lo más duro que hasta el momento hemos pasado”, sostiene.
Con la ‘chama’ coinciden sus acompañantes, quienes al igual que ella no viajan en bicicletas profesionales pero que son empujados por las ganas de alejarse de la miseria que los acechaba en sus terruños.
William, el mayor del grupo, tiene 37 años y conserva su bicicleta desde que tenía 12. “No me ha fallado y espero conseguir este sueño de llegar a Lima”, comenta. Luego recuerda que también tiene otro impulso para no rendirse: su hijo, de 9 años, quien quedó en su pueblo junto a la madre.
“No hay que mentir ni hacerse los ciegos. Sabemos que hay una crisis y tenemos que buscar la forma de sobrevivir. Y como dice nuestra amiga Elizabeth salimos con una maleta llena de sueños. Somos jóvenes y hay que echarle ‘pichón’ (ganas), tenemos muchas expectativas”, dice Juan mientras acomoda un pequeño bolso en la parte posterior de su bici en el puente de la Unidad Nacional para continuar con rumbo al sur.
En Guayaquil, ellos permanecieron dos días, aunque un descuido los separó. Al bajar del puente de la Unidad Nacional, en sentido Durán-Samborondón, Juan giró a la derecha en lugar de seguir largo hacia el Puerto Principal. No obstante, consiguió una casa donde pasar la noche, a la vez que Elizabeth, William y Roybert hallaron a otros coterráneos y también durmieron en un albergue temporal.
Roybert, el menor del grupo con 24 años, explica que ubicaron un sitio de internet para explicarle a Juan dónde estaban y seguir el viaje en grupo.
“La situación de nuestro país nos obliga a esto y quiero lograr este objetivo para después llevar a mi familia conmigo”, indica el joven
Al final, los chicos tienen un anhelo: valerse de los conocimientos de William, quien sabe de panadería, para montar un negocio en Lima y repartir su producto en las mismas bicicletas y así escapar de la tremenda crisis que vive su amada patria.