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Una jornada de pesca se extiende, a veces, hasta por más de ocho horas. Durante ese tiempo, el peligro es constante.Christian Vásconez / EXTRA

De pescador a carnada

En Playas y engabao hay miedo de salir al mar. Perder las herramientas de trabajo significa entrar a un periodo de desesperación del que no se sale fácil.

Todas las mañanas, las esposas de los pescadores, antes de que ellos emprendan la jornada diaria, les dan la bendición. Es un ritual de amor y fe. Lo hacen porque allá, en mar abierto, a las amenazas de siempre, las tempestades o el riesgo de naufragio, se ha sumado un enemigo, uno que invierte los roles para el hombre de mar y lo convierte en carnada, el hampa.

-Todos conocemos nuestras embarcaciones, ya sea por la pintura o por la bandera. Cuando una extraña aparece, sin nombre y sin color, estamos fregados. Dan vueltas alrededor de los botes, lento, como cazando. Si hay chance, salimos corriendo. No tenemos armas, así que cada cual se las ingenia para salvar su pellejo, describe Jimmy Tomalá, presidente de la cooperativa Puerto Pesquero, que empezó actividades como organización en 1986.

Esto de los piratas no es nuevo. Todo empezó hace 30 años, cuando los pillos se dieron cuenta de la vulnerabilidad del mar. Hoy, sin embargo, los pescadores sienten que el problema se ha recrudecido. En Fiscalía, hasta abril, hubo un registro de casi cien denuncias; pero ellos, los pescadores, creen que esa cifra es más alta.

El drama en su piel

Durante esas persecusiones mar adentro, el sonido de los motores en alta mar llega hasta la orilla como rugidos de leones en guerra. Mientras más motores suenan, más grave es lo que ocurre.

-Un pescador atacado tiene terror de que el motor no responda. Es desesperante. Primero piensas en tu vida, en tu familia, luego en tus herramientas de trabajo, en qué puede pasar si se las llevan, narra José Daniel Mejillón, que en enero fue víctima de asaltantes.

Los pillos del mar no distan mucho de los de tierra, cree él. “Te golpean, te maltratan... Casi siempre vienen de a cuatro, contra dos que salimos en cada bote”.

Los piratas saben que las embarcaciones extrañas levantan sospechas. Como andan en grupo, relatan algunos pescadores, asaltan un bote de alguna de las cooperativas y lo usan para ir a cometer otro robo. José Daniel lo sabe bien.

Esa noche del 5 de enero llegó a casa en silencio. Eran las 19:00. Trabajó ese día y logró seis gabetas de pescado, lo que le habría dejado unos $ 200, si la cosa iba bien; pero la cosa fue mal. Se le llevaron todo: herramientas, motor, fibra y sí... también las gabetas. Solo le dejaron golpes.

-Venían en una lancha del puerto Engabao y me confié. No sabía que habían asaltado a los tripulantes. Ya cerca, se embarcaron y nos encañoraron, recuerda.

-¿Qué es lo más difícil a lo que se enfrentan?

- La falta de sustento, responde su colega, Jimmy Tomalá.

-Se pierde todo. ¿Qué haría usted sin grabadora, esfero o libreta?, pregunta; pero no deja responder. -¿Nada? ¿Cierto? Así nos pasa a los pescadores cuando nos roban. Nos quedamos sin piso.

Tras el asalto, José Daniel Mejillón trabajó en construcción, por $ 20 diarios, y alzando botes. Consiste en arrastrarlos hasta el sitio de estación. A quienes se dedican a esa labor les llaman ‘forzudos’.

Un forzudo puede ganar de 3 a 7 dólares por bote. El precio depende del tamaño de la embarcación y la ganancia, de cuántos ayuden a alzarla. José Daniel, al día, se hacía $ 15.

-Yo lloraba. Las veía negras. Se venían los útiles de mis tres hijos. Tengo dos niñas de 10, 9, y un varón de 7. Lo más urgente siempre es la comida. La plata no alcanzaba ni haciendo dos jornadas, resume este hombre de 33 años, grande y de piel tostada.

Su padre, Pepe, lo escucha atento. Un par de meses después del asalto, lo ayudó a comprar otro motor. Hicieron una inversión de cerca de cinco mil dólares, cuenta.

Recuperar un motor puede ser un arma de doble filo. Como es tan costoso (cuesta cerca de 4 mil dólares), el camino para conseguir el capital apunta a préstamos de hasta tres años, con cuotas de 220 mensuales. “Muchos acá estamos endeudados con motores que nos robaron”, lamenta el Mejillón mayor.

Tomalá cree tener la solución. “Cada puerto pesquero debe tener una lancha rápida de vigilancia, con motor de 250. Las que hay acá solo tienen 75. Los piratas cargan casi siempre dos motores de 75. Los pescadores usamos de 40. Falta resguardo. Todo queda en denuncias...”.

No son ni las 08:00 en Puerto Engabao. La jornada empieza a las 07:00. Una fila de botes alista su salida al mar. “Ellos ya se van. Hoy puede ser bueno para el camarón”, comenta uno que decidió, mejor, salir en la tarde. José Daniel se va con los de la mañana.

Solidaridad y realidad

En la orilla de Playas operan alrededor de 500 botes de las cooperativas Las Balsas, Punta Chopoya, Los hijos del Mar y San Pedro y de la asociación José de Villamil, que son parte de la Unión de Cooperativas Pesqueras Artesanales del Cantón Playas (Ucopacp), donde Jorge Cruz es el presidente. Aquí, en General Villamil, y en todo el país, opina, la realidad de la inseguridad del mar es la misma.

Ellos están organizados. Cuando ocurre un asalto, los miembros de la cooperativa entregan $ 20 por cabeza al compañero que perdió todo. “Más que sea para la entrada de otro motor sacan”, alienta Cruz, que tiene más de cuatro décadas en este oficio. Admite, sin embargo, que no siempre se vuelve a empezar con facilidad.

-Los que no se hacen forzudos cambian de oficio, algunos van de heladeros, otros de albañiles... pero no es lo mismo, los ves tristes, se nota el cambio. Es como sacar un pescado del agua, se acaban de a poco. Nuestra vida es del mar al cementerio. Hay gente que no tiene cómo recuperarse, los ves mendigando un pescado. Se cansan y los consume la depresión. Muchos se han hecho alcohólicos.

Por esa zozobra que sienten al salir al mar se despiden con la bendición de sus mujeres cuando emprenden cada jornada. “Es que uno no sabe si va a volver”, insiste Jorge Cruz.

Todo el Estado es el que debe evitar los delitos

La Dirección Nacional de Espacios Acuáticos de la Armada del Ecuador (Dirnea) asegura que los robos a motores han descendido, aunque esa cifra difiere de la presentada por la Fiscalía. Para ellos, durante los primeros cinco meses del 2017 se llevaron 170, mientras que en el mismo periodo del 2018, las sustracciones de esta herramienta descendieron a 149.

Otras instituciones han señalado que la Marina es la que tiene la responsabilidad de evitar el crecimiento de la inseguridad en el mar ¿esto es cierto?

No, es responsabilidad del Estado. Es él quien a través de todas las organizaciones evita las circunstancias para que se efectúe un delito. Por ejemplo, dice Ministerio de Inclusión Social vaya a darle capacitaciones o Ministerio de Economía entréguele prestamos a ellos.

¿Por qué los pescadores aseguran que en Playas no les reciben las denuncias y que deben viajar a Guayaquil para informar de los delitos?

Cualquier Fiscalía debe receptar una denuncia. Pero, se debe resaltar que la Dirnea va a tener un acercamiento con la Escuela de Fiscales para capacitarlos.

¿Cómo es su sistema de rondas y su cobertura?

Los espacios acuáticos del Ecuador son cinco veces más grande que el área terrestre. En lo que va del 2018 hemos hecho 4.525 patrullajes, lo que significa 30 diarios a nivel nacional. Estamos 24/7, los 365 días del año.

¿Es suficiente el equipo con el que cuentan?

Tenemos que ayudarnos de tecnología e información de los otros sectores. El mar tiene una condición diferente. Allá están los caballeros del mar que tienen la obligación de desviarse de su ruta para ayudar. De esa tecnología nos valemos y reaccionamos. Es necesario que se sepa que la pesca artesanal se ha duplicado en los últimos 10 años, entonces es un sector bastante grande.