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¡De abogada a prostituta!
Dejó a su niño de 10 años para probar suerte aquí. “No vine solo con maletas, traigo sueños”, expresó.
“Cuando uno decide dedicarse a la prostitución, pasa primero, por la duda de que si realmente conviene entrar al negocio. Luego viene una etapa de asimilación y de autoindulto, en la que se argumenta lo obvio: es un trabajo más. Después, lo más difícil es aprender a tener relaciones sexuales sin incluir sentimientos”.
Las expresiones de la prostituta venezolana, Rubí, las repasa en los vestidores de la zona exclusiva de un afamado prostíbulo de Guayaquil.
Luce un vestido rojo, el mismo color que pinta los vistosos labios que le cubren los aparatos de correción dental que tiene (brackets).
En el salón de afuera suena una pegajosa canción de electrónica. Dos de sus compañeras pasean desnudas a su lado. Está acostumbrada. “Aquí venimos a alistarnos cuando nos toca algún punto: hay toallitas húmedas, condones y el tocador con espejo y peinillas”, describe.
El acento delata su origen. “Llegué hace un mes”, explica a EXTRA. Concede la entrevista bajo la condición de no develar su rostro ni su verdadero nombre. Como la abogada que es habla fuerte y con carácter.
En este espacio del prostíbulo existen otras 16 venezolanas, de un total de 20 chicas que cobran 40 dólares el punto.
Un punto es coito vaginal, sin mayores detalles, explica Rubí, la única de las del grupo que, además de tener un título profesional, cuenta con un magíster en Criminalística y Ciencia Forense. Tiene 33 años.
El norte
Llegó a Ecuador para darle una mejor calidad de vida a su familia. “La intención, desde el principio, fue ejercer aquí (la profesión) pero, para hacerlo, se necesita la visa, la cédula ecuatoriana, ¿sabes? Aquello es un trámite que requiere algo más de dinero, un sacrificio mayor...”, explica.
A Ecuador llegó hace cuatro meses. Estuvo en Quito antes. Allí logró conseguir un trabajo en una empresa que distribuye suministros de vigilancia como cámaras de seguridad.
Era administradora de allí. Se llevaba bien con el dueño pero solo le pagaba diez dólares por la jornadas de ocho hasta diez horas. Creyó que con eso podría sobrevivir, hasta que un día llegó el jefe y le dijo que no le podría pagar esa cantidad, que le daría cinco dólares al día.
“¡Dios. Eso es menos de un sueldo básico!”, recuerda horrorizada. Por necesidad, lo hizo las primeras semanas. “Trabajaba hasta los domingos, sin libres ni descansos”.
Luego vino la propuesta. Conoció a una amiga, otra venezolana, que le habló del mercado de la prostitución. “Entré por los beneficios: vivienda, transporte y comida. Aquí me hago en dos días lo que afuera obtengo en un mes. Esto es un trabajo, no deshonro a nadie”, se justifica por segunda vez en la noche.
No ha sido fácil. “Uno debe aprender el oficio, saber que hay cosas permitidas y qué no, por ejemplo. Yo no sabía que mis clientes no podían hacerme sexo oral. Las chicas más experimentadas te brindan ese conocimiento. Por ese lado hay mucho apoyo”.
Trabaja por las noches. En días buenos logra hacer hasta 300 dólares. La mayor parte del dinero la envía a su hijo de 10 años que vive en Venezuela con sus padres, a quienes también mantiene.
“La crisis en mi país es totalmente caótica. Y al decirte caótica me refiero a que realmente se vive una situación nefasta. Las personas que pueden, se van. Yo pertenezco a ese grupo. No tenía planeado esto, pero es mi realidad por ahora. Lo agradezco”. Obviamente su familia desconoce a lo que se dedica ahora en Ecuador. “No tienen por qué saberlo. Yo no vine solo con maletas, traje proyectos. Vine a convalidar mi título, quiero ejercer mi carrera. Esto es provisional”, finalizó.
La prostitución vive el fenómeno migratorio
EXTRA publicó esta semana un reportaje que devela que un grupo no cuantificado aún de los 200.000 venezolanos que llegaron al país para quedarse se dedican a la prostitución en cualquiera de sus plataformas: web, burdeles y la calle.
Esto devela una realidad sin precedentes que empieza a generar conflictos por tarifas, peleas de territorio y tipo de servicio ofrecido por las trabajadoras sexuales.
En la calle, por ejemplo, ha habido una disminución de la tarifa de hasta el 50 %; mientras que en la zona exclusiva de un burdel afamado, la diversidad de nacionalidades que cobraban hasta $ 100 por punto se redujo a 20 chicas, de las que 17 son venezolanas y lo hacen por $ 40, una cantidad muy representativa sobre la moneda de su país.