Nadie gritó su nombre. Nadie salió a buscarlo. Su cuerpo yacía tendido sobre el cemento frío de las canchas del barrio Oriente, en el sector Terremoto, al sur de Ambato, provincia de Tungurahua.

La noche lo cubría todo, menos sus heridas: cortes profundos, marcas de una violencia silenciosa que apagó su vida. Los vecinos que lo vieron dijeron a la Policía que era “un indigente”, uno más de los que pasan las noches bebiendo y hablando solos entre las sombras. Nadie supo su nombre. Nadie recordó de dónde vino. Han pasado 24 horas y nadie ha ido a reclamarlo.

Vestía un calentador azul, un abrigo azul marino y zapatos negros gastados. Tendría unos 65 años, según la observación de los servidores policiales. En los bolsillos no llevaba documentos ni una nota que contara su historia. Solo el silencio lo acompañó hasta el final.

Muertes violentas en aumento

Los agentes de Huachi Grande fueron los primeros en llegar. Luego arribaron paramédicos del Ministerio de Salud, pero ya no había nada que hacer. El hombre, identificado solo como N/N, había muerto por heridas de arma blanca, la noche del lunes 27 de octubre.

La Dinased y Criminalística realizaron el levantamiento del cadáver mientras los curiosos observaban desde lejos, sin acercarse. El fiscal de turno ordenó el traslado del cuerpo al Centro Forense de Ambato. Desde entonces, nadie ha ido a reclamarlo. Ni una lágrima, ni una flor, ni una historia que lo rescate del olvido.

Con este crimen, las muertes violentas en Tungurahua suman ya 43 en lo que va del año. Según Jimmy Viteri, coronel de Policía y comandante de la Subzona Tungurahua, el 70% de las víctimas tenían antecedentes penales y estaban vinculadas con alguna organización delictiva.

Del N.N hallado en Terremoto, en cambio, nada se sabe: ni su nombre, ni su pasado, ni qué historia lo llevó a morir solo en medio de la noche

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