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‘Ángel’ en Ecuador, ‘sacerdote’ de los ‘Latin King’ en España

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Gorka Moreno, Pamplona (España)
Parecían milicianos de la rima y el ‘perreo’, alistados para una guerra que hasta entonces habían librado en la clandestinidad, en las cloacas de un territorio tan exótico como hostil, todavía por usurpar.
En lugar de fusiles empuñaban machetes, cuchillos, navajas, palos, barras de hierro… Por uniformes, los colores de sus bandas. Amarillo y negro unos, rojo los otros, estampados en gorras, pulseras, collares, camisetas y pañuelos. Muchos no se habían asomado aún a la mayoría de edad, pero todos sabían que portar armas de fuego en Navarra, una de las provincias más seguras de España, hubiera atraído a la policía como el calor a los moscos.
Sumaban decenas. A un lado del parque se atrincheraron los ‘Latin King’. Al otro, los ‘Blood-901’. Los más territoriales contra los más agresivos.

–¡Hay que darles duro! –vociferó agitado un ‘rey’.
–¡Sin miedo, cara...! –respondió uno de sus enemigos.
El 28 de junio de 2011, Barañáin, un municipio de 20.400 habitantes, celebraba sus fiestas. Los vecinos se habían lanzado a las calles vestidos de blanco y rojo, como manda la tradición, para empalmar opíparos banquetes con trago, bailes populares y conciertos de rock. Las farras y el jolgorio eran como linimento contra la crisis, que había sumido al país en la crispación y el pesimismo.
Pero en medio de la ‘gozadera’, los contendientes cargaron como hordas de bárbaros, mientras cientos de moradores huían ‘paniqueados’ y la enamorada de un pandillero, en un arrebato de cordura, telefoneaba a un ‘chapa’ que había demostrado tanta firmeza como perseverancia para contener a los dos grupos.
–¡Por favor, mande patrulleros al parque! ¡Hay una pelea terrible! –le rogó aterrada.

Gracias a aquella llamada, a la que se sucedieron varias más de residentes, las fuerzas de seguridad lograron dispersar a los pelados y evitaron una más que probable tragedia. Nueve adolescentes fueron detenidos y varios resultaron heridos.
–¡Qué manera de atizarse! Jamás había presenciado una reyerta de tal calibre –rememora un morador.

Entre aquellos ‘soldados’ se encontraban Luis, ‘rey’ de los ‘Latin King’, y ‘Édison’, uno de los muchachos que había fundado los ‘901’, la cantera de los ‘Blood’. El primero tenía 21 años; el otro, apenas 17. Ambos ecuatorianos y con más cosas en común de las que, ‘a priori’, debían separarlos.

ENFRENTADOS
Los dos habían aterrizado en Navarra acuciados por las necesidades económicas de sus familias. Y ninguno de ellos contaba con antecedentes policiales o judiciales en su tierra. Incluso hay quienes aseguran que eran “muy buenos chicos” antes de emigrar.
Solos en un hogar extraño, mientras sus padres encadenaban jornadas laborales tan interminables como un domingo de ‘chuchaqui’ sin encebollado, enfermaron de desarraigo. Demasiado jóvenes para haber fondeado el corazón en su país natal. Demasiado mayores para adaptarse a una cultura maniatada por el orden y las normas. No eran de acá ni de allá.
Luis y ‘Édison’ hallaron refugio en una banda y superaron crueles ritos de iniciación, con golpizas incluidas. Pero en lugar de arroparse el uno al otro, se convirtieron en rivales y se dejaron arrastrar por eso que los ‘Latin King’ ibéricos llaman la ‘vida loca’ (hospital, cárcel y cementerio).
No eran los únicos ecuatorianos en ambos grupos, que compartían su ‘afición’ por el tráfico de drogas; los asaltos; las agresiones sexuales; y el intercambio, como si fueran cromos, de jovencitas “sumisas”. Las fuerzas de seguridad vigilaban a más de setenta.

–Cuando paseábamos con nuestros hermanos, la gente se apartaba, nos temía. Esa nota engancha más que la coca –confiesa uno de ellos, que decidió retirarse el día en que fue padre.
–¿Y no os daba coraje enfrentaros a otros paisanos? –cuestiono incrédulo.
–Únicamente nos importaban nuestros ‘brothers’. Esa era nuestra patria. Y debíamos obedecer a los líderes. Estaba en juego el negocio de la droga entre los jóvenes latinos. Eso movía harta plata.
–¿Recuerdas a Luis y a ‘Édison’?
–Claro. Luis era cosa seria. Los ‘Latin King’ empezaron a unirse en 2006, cuando contactaron con la gente de Barcelona. Querían frenar el empuje de los ‘Blood’. Luis ascendió a ‘rey’ y pronto se convirtió en una de las cinco puntas de la corona, en uno de sus cinco dirigentes. Pero las peleas fuertes empezaron en 2010 –asegura el joven, que resopla y perfila una media sonrisa, como si añorase aquella época.
–¿Y ‘Édison’?
–Era arrecho, pero decidió apartarse cuando entraron otros jefes. Él y Luis se odiaban.
–A pesar de ser ecuatorianos…
–Bueno, quizá estábamos equivocados –subraya tras admitir su implicación en varios robos.

LA NEGACIÓN
Barañáin, que colinda con la capital de Navarra, Pamplona, de 196.000 habitantes, no fue noticia aquel día por sus verbenas y comilonas. Los periódicos destacaron la trifulca en sus portadas, pero las autoridades eran incapaces de reconocer la existencia de un problema social que se había extendido a otras provincias. Mejor callar que abordar. Así que optaron por el engaño. “No hay bandas latinas en Navarra”, remarcó el concejal de Seguridad Ciudadana en Pamplona, Ignacio Polo. Y eso que la Policía Municipal, el cuerpo que llevaba seis años investigando a los ‘Latin King’ y los ‘Blood-901’, estaba bajo su dirección…
–Les agarramos hasta catanas. Solo entre enero y octubre de 2011, intervinimos en 17 enfrentamientos, algunos con acuchillados –resalta un mando experimentado.

Habían transcurrido casi dos años desde que los ‘Latin King’ fueran legalizados en Ecuador. Curiosamente, también en 2009 se barajó la posibilidad de regularizar al grupo navarro como asociación. Pero sus cabecillas no aceptaron las condiciones impuestas por los mandatarios públicos. El proceso se fue al traste porque el documento no reflejaba que la ‘Nación’ podría “vengar” las “faltas de respeto” a su manera. Casualidad o no, la violencia se disparó…

CULPABLES
La batalla registrada en Barañáin también aceleró las pesquisas de las fuerzas de seguridad. En noviembre se ejecutó la ‘Operación Corona’, que se saldó con 28 detenidos, y dio comienzo un macroproceso judicial, al que se incorporaron más acusados. Fue el primero llevado a cabo en España contra integrantes de bandas latinas por pertenencia a organización criminal. Tardaría dos años en culminar, con una serie de sentencias que sirvieron a otros cuerpos policiales para emprender investigaciones similares.
Pero nadie parecía interesado en armar bochinche. Y la Fiscalía pactó con los representantes legales de los acusados. Los cinco ‘reyes’ de los ‘Latin King’, al igual que otros tantos cabecillas de los ‘Blood-901’, fueron condenados a dos años de cárcel; varios de los primeros, encuadrados en escalafones inferiores, a 14 meses; y 15 menores de edad de ambos grupos, a 15 meses de internamiento, aunque la medida se sustituyó finalmente por libertad vigilada. Salvo uno de los procesados, que tenía otras causas pendientes, los mayores de 18 no entrarían en prisión, siempre y cuando admitieran formar parte de sus respectivas bandas y no volvieran a delinquir.
‘Édison’ evitó el arresto porque ya se había apartado de la organización cuando la Policía Municipal cercó a los pandilleros. Luis, por el contrario, fue el único ‘latin king’ que se negó a reconocer su militancia ante el Ministerio Público en un primer momento, a pesar de que ya lo habían arrestado antes por un delito de lesiones; lo habían denunciado por tenencia de armas prohibidas; y guardaba en casa un bate con las letras LK en la empuñadura, un palo con clavos incrustados y numerosos documentos internos como el ‘Manifiesto de los Reyes’; el ‘Libro de la Coronación; el ‘Manual de la Enseñanza’; el plan de trabajo para los sectores norte, centro y sur de España… Por algo era el ‘sacerdote’, encargado de “entrenar” a los aspirantes con métodos salvajes y de enseñarles la literatura de los ‘Latin King’, que poseen su propia constitución, rezos, saludos, gritos…
Ambos continúan en Pamplona. ‘Édison’ sigue apartado de la violencia. Y Luis parece más centrado, ahora que trabaja como obrero en la construcción y su banda quedó mutilada tras el golpe policial. O quién sabe, quizá el grupo se haya transformado en una especie de célula durmiente, a la espera de una nueva causa por la que luchar. Porque un ‘rey’ nunca pierde su rango. Lo es hasta la muerte. Y él, como si se resistiera a desprenderse del pasado, todavía conserva intacta su marca, la corona que se tatuó en la nuca.

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