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Ni malcriados ni dejados

Desde el podio, con 23 medallas de oro acumuladas a lo largo de tres ediciones de los Juegos Olímpicos, nadie se imaginaría que Michael Phelphs, el ‘Tiburón’ de Baltimore, fue uno de esos chiquillos a los que etiquetan como el “terremoto” de su clase.
A los nueve años fue diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), un problema que -según cifras a nivel mundial- afecta a cerca de un 5 % de la población.
“Una vez una de sus profesoras me dijo que él no se podía concentrar en nada”, contó la madre del nadador, Debbie Phelps, en una entrevista con la revista ADDitude.
Y es que, según relató su progenitora, el famoso deportista presentaba un nivel alto de actividad, impulsividad y desatención, características principales de una persona con este problema.
Maritza Izquierdo, especialista en psiquiatría que labora en el área infanto-juvenil del Instituto de Neurociencias de Guayaquil, explica que generalmente este trastorno se detecta durante la niñez debido a que, además de esos tres rasgos, presentan: dificultad para manejar la frustración, impaciencia o molestia al esperar su turno, desorden, incapacidad para permanecer sentados o sin moverse por mucho tiempo y, por lo tanto, se les dificulta la convivencia, en casa y escuela.
Pero, como advierte la profesional, “no necesariamente tiene que ver con inteligencia o habilidades”, ya que se puede llevar con solo “darle espacios donde pueda actuar”, como ocurrió con el caso de Phelphs, quien encontró su norte en el agua.
“Para aprovechar ese exceso de energía, se recomienda ponerlos en actividades extracurriculares, que satisfagan sus necesidades de movimiento y competencia. Esto los ayudará a formarse, a aprender disciplina y a ser organizados”, añade Izquierdo.
La especialista hace hincapié en que, ante estas señales, es necesario que los padres busquen la ayuda médica, así como del entorno educativo del paciente para que juntos puedan ayudar al niño o joven a superar sus dificultades.
Por ejemplo, cuando Michael se quejaba de lo mucho que odiaba leer, Debbie le conseguía la sección deportiva de los diarios o un libro sobre deportes. Y conforme creció su amor por la natación, lo hizo también su disciplina y su capacidad de concentrarse.
“Por lo menos en los pasados 10 años nunca falló a una práctica. Aún en Navidad, la piscina era el primer lugar al que íbamos y él estaba muy contento de estar ahí”, acotó la madre sobre la etapa adolescente del deportista.