En un rincón polvoriento del cráter Jezero, donde hace unos 3.000 millones de años corrió un río que dio vida a un delta marciano, el rover Perseverance de la NASA ha encontrado algo que vuelve a encender una de las preguntas más antiguas de la humanidad: ¿alguna vez hubo vida en Marte?

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La respuesta podría estar escondida en una roca del tamaño de una mochila, bautizada Cheyava Falls. Allí, los instrumentos del robot detectaron una mezcla de minerales y compuestos orgánicos, moléculas que en la Tierra suelen ser producto de la actividad microbiana.

“Creo que es muy intrigante”, comentó Joel Hurowitz, catedrático de geociencias en la Universidad Stony Brook y miembro del equipo del Perseverance. “Para mí, estas observaciones son realmente convincentes”.

El investigador se refiere a diminutas motas oscuras y anillos minerales hallados dentro de un antiguo lecho de lodo: huellas que, en la Tierra, aparecen solo en ambientes donde los microbios respiran, se alimentan y dejan sus rastros minerales.

Pero el entusiasmo científico llegó acompañado de cautela. “Desde luego, no es la respuesta definitiva”, advirtió Nicola Fox, administradora asociada de la NASA. Los expertos insisten en que aún no se puede hablar de vida, sino apenas de condiciones que pudieron favorecerla.

Aun así, la emoción dentro de la agencia era palpable. Sean Duffy, administrador interino de la NASA, visiblemente emocionado en un discurso que esta sí “podría ser la señal más clara de vida que hayamos encontrado en Marte”.

Y es que, los indicios fascinan. En la roca marciana, los expertos encontraron motas microscópicas -a las que llamaron ‘semillas de amapola’- y anillos oscuros apodados ‘manchas de leopardo’, ambos con minerales que suelen producirse en ambientes acuosos.

Esas manchas habrían surgido de pequeñas motas que crecieron con el tiempo. En la Tierra suelen asociarse a actividad microbiana, aunque también pueden originarse por reacciones químicas a altas temperaturas.

Escepticismo a la NASA

A 245 millones de kilómetros del Planeta Rojo, en Cuenca, el ufólogo Nelson Pineda Brito, de 53 años, no necesitó telescopios ni robots para convencerse de que hay vida más allá de la Tierra.

“Para mí es totalmente irrelevante, con todo respeto, hablar que hay o no vida microbiana en Marte”, dice, y enseguida, sin titubeos, añade: “Yo sé que hay vida extraterrestre, seres extraterrestres, una civilización extraterrestre allí, sí”.

Pineda, quien asegura haber sido contactado telepáticamente con entidades no humanas durante más de 22 años, considera que la NASA manipula la información que obtiene y la califica como “uno de los organismos más mentirosos del planeta Tierra”. 

Su postura coincide con la de otros divulgadores del fenómeno ovni en Ecuador, como Jaime Rodríguez, quien también ha sostenido que la agencia espacial oculta pruebas sobre la existencia de vida extraterrestre. “Solo muestran al público lo que les da la gana mostrar”, sostiene Pineda.

El especialista señala que existen bases extraterrestres no solo en la Tierra, sino también en Marte, Venus, Ganímedes -una luna de Júpiter- e incluso en el Sol, al que describe no como una estrella, sino como “un planeta gigantesco donde existen entidades extraterrestres”.

Y mientras los científicos analizan una muestra de lutolita que el Perseverance traerá algún día a la Tierra, Pineda asegura que cualquiera podría experimentar el contacto con otras inteligencias a través de la telepatía. “Nosotros subimos nuestro rango vibratorio mediante meditación, ellos bajan el suyo y nos encontramos en un punto medio”, detalla.

El ufólogo sostiene que ha recopilado testimonios de pescadores, viajeros y exploradores que aseguran haber visto luces y naves en la carretera Cuenca-Guayaquil o sobre lagunas del Cajas. “Los testimonios son la evidencia más verídica de que hay vida extraterrestre. Yo, como investigador, puedo decir cualquier cosa, pero los testigos de estos hechos, con lo que he conversado y no son ufólogos, apoyan lo que yo digo”.

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