El miércoles 7 de diciembre un ciudadano se quitó la vida colgándose de una viga. El cuadro desgarrador fue descubierto por su madre, quien teme por su otro hijo, también víctima de las drogas, que tiene por domicilio las calles. De nada sirvieron las cadenas, último recurso al que acuden infructuosamente los desesperados familiares para evitar que los jóvenes salgan a continuar con su destrucción.

Aparentemente, el motivo del suicidio habría sido la pérdida del trabajo, provocada quizás por su adicción. Queda en la orfandad un bebé de 4 meses y una secuela de dolor, preocupación y tristeza.

Según cuentan allegados al suicida, este decía que el cuerpo le pedía la droga, que no quería recaer, pero que no dependía de él.

El suceso ocurrió en el sur de Guayaquil, donde los moradores -según crónica de prensa del 9.12.2016- afirman que es usual ver a niños, jóvenes y adultos, consumir drogas por doquier, sin que nadie haga nada por evitarlo, y sin que se pueda denunciar por temor de “amanecer muerto”.

Lo narrado, que es un cuadro repetido de la vida diaria, nos deja lecciones, inquietudes y deseo de respuestas a todo nivel.

El mal crece y afecta a los infantes. No solo es prevención, sino aumentar las penas para el microtráfico, tan dañino como el mega, y sancionar a quien porte estas sustancias nocivas, sin importar la cantidad, a menos que demuestre ser consumidor.