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"Tienes dos horas o te metemos bala": extorsiones aterrorizan a familias en Guayaquil
En Nueva Prosperina, tres familias fueron víctimas de extorsión y represalia; vecinos viven bajo miedo constante ante la violencia descontrolada.
El concepto de familia, lo último sagrado que le quedaba a este país, ha perdido su valor e importancia para las mafias criminales. Lo demostraron hace pocas semanas en la Nueva Prosperina, en el noroeste de Guayaquil, donde integrantes de grupos criminales, sin misericordia, acabaron con diez integrantes de tres familias en diferentes hechos de sangre.
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Los hechos son contundentes. Un panfleto hallado hace unos diez días en una vivienda del Bloque 5 de Flor de Bastión decía: “Tienes dos horas para llamar o vamos a meterle bala, como hemos sacado a algunos sapos de aquí. Marchas tú y tu familia”. No es un juego: han demostrado que pasan con facilidad de la advertencia al ataque, sin importar si hay inocentes, niños o adultos mayores.
El 28 de agosto fueron asesinados en su vivienda tres miembros de una misma familia: Sixto Doroteo Vega Arana, de 57 años, mensajero municipal; Maricela Jazmín Gómez Villegas, de 50, ama de casa; y Dayana Jamilet Vega Gómez, de 25, estudiante. Según las indagaciones, el móvil habría sido una extorsión conocida como “vacunas”.
El 3 de septiembre sicarios ingresaron a una vivienda en la ciudadela La Rotaria y atacaron a otra familia del mismo sector. Las víctimas fueron Marcos Rosero López, de 63; Aida Jiménez Vera, de 62; y James Rosero Jiménez, de 28. Investigaciones preliminares indican que la pareja fue acribillada mientras dormía y que su hijo fue sorprendido en su habitación. Los agresores emplearon armas de grueso calibre, entre ellas pistolas y fusiles.

La tragedia volvió a golpear la madrugada del 15 de septiembre, cuando Mayra, de 34 años, y sus tres hijas, de 16, 13 y 12, fueron asesinadas en dos casas del Bloque 6 de Flor de Bastión.
Nueva Prosperina registra un alto número de muertes violentas, extorsiones y secuestros y se ha convertido en un punto recurrente para exigir rescates o liberaciones. El sector donde se registró la masacre de las tres familias está dividido por una calle por la que las personas transitan con temor, hablando con cautela por miedo a represalias. En la zona operan dos organizaciones criminales: Tiguerones Fénix e Igualitos.
En los tres casos las autoridades no descartan la hipótesis de extorsión, aunque en el tercero la investigación apunta a una represalia, ya que la mayor de las adolescentes habría mantenido un vínculo sentimental con un integrante de una organización criminal.
Brutalidad sistemática
Ana Minga, especialista en perfilación y comportamiento criminal, señala que estos homicidios responden principalmente a dos móviles: extorsión y represalia. “En ambos casos se busca demostrar poder y dominio territorial. Si es por extorsión, muchas veces matan para no dejar testigos; si es por represalia, existe un componente de odio: al eliminar a una familia se corta una línea sanguínea y se expresa una rabia extrema”, afirma.
Para Minga, no se trata de actos impulsivos, sino de crímenes planificados que exhiben rasgos psicopáticos y sádicos. “En el crimen organizado la familia es un elemento sagrado; atacarla es borrar rastro y poder”, añade.

El sociólogo Javier Gutiérrez subraya la evolución de la violencia desde 2020: “Tras la pandemia, la violencia carcelaria se trasladó a la sociedad. Primero hubo asesinatos individuales; luego, ataques múltiples, jóvenes armados en motocicletas y episodios de extrema crueldad. Hoy se intensifica el control territorial en el litoral —Guayaquil, Durán, Manta— por parte de bandas con códigos propios. La familia se convierte en extensión del enemigo y su eliminación envía un mensaje para imponer miedo y exigir lealtad”.
Gutiérrez advierte, además, el poder amplificador de los medios de comunicación y las redes sociales: “Las bandas saben que sus actos se reproducen y usan esa difusión para mostrar su capacidad de intimidación”.
El psicólogo forense Segundo Romero Silva sostiene que estas masacres persiguen un doble objetivo: intimidar a la población y presionar o desgastar a las autoridades. “Estas acciones obedecen a una lógica que busca imponer impunidad. A esos delincuentes les da igual matar a una persona que a veinte”, afirma Romero, que vincula la violencia con la disputa por el control del negocio de las drogas y la disponibilidad de armamento de alto calibre.

“Ahora luchamos por sobrevivir”
Vecinos coinciden en que lo que más alarma es la extrema crueldad: en total, diez personas, miembros de tres familias, fueron ejecutadas con violencia despiadada.
“Ya la delincuencia no tiene límites; no les importa acabar con familias enteras, llevarse vidas inocentes. Nos sentimos golpeados. Ya no vivimos: ahora luchamos por sobrevivir”, dice un residente del Bloque 6 de Flor de Bastión, que contó cómo tuvo que cambiar sus horarios laborales por seguridad.
“Trabajo en el mercado Montebello. Antes salía a las dos de la mañana; ahora trabajo en la noche y salgo a las seis de la tarde, cuando aún hay gente en la calle. Da miedo por todo lo que está pasando, temo por mis hijas”.
No solo los habitantes viven atemorizados: quienes trabajan en la zona también han modificado su rutina. Un guardia de seguridad de una empresa del sector afirmó que, desde hace dos años, deben pagar “vacunas” para evitar ser blanco de atentados.
“Nos hemos acostumbrado a pagar para sobrevivir. Mi jefe paga para que no nos hagan daño y nos dejen trabajar. Aquí solo vemos y callamos por seguridad”, aseguró.
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