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La preparación de los ingredientes empieza a las 07:00, tras la visita al mercado.CARLOS KLINGER

Los corviches más interesantes de Guayaquil: están en el suroeste de la urbe

La violencia no detiene el negocio de Johanna: sus corviches igual se venden. Por su sazón y constancia, sus productos son ‘caída y limpia’

Johanna Casierra, “como cualquier humano”, también se asusta por el ruido que produce un arma de fuego al ser disparada: la piel se le eriza y busca refugio en algún lugar que encuentre seguro. Su reacción no es exagerada, pues se trata de detonaciones, a la distancia o a pocos metros, que pueden quitarle la vida a una persona.

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Aunque aclara que no ha normalizado la violencia, la responsabilidad con su familia le gana: todos los días, sin importar si alguna balacera ha sucedido, arma sus carpas, ubica su letrero y “a vender corviches se ha dicho”.

Es la tarde del viernes 25 de abril y han transcurrido 24 horas desde un asesinato en la 15 y la Ch, a dos cuadras de la esquina donde la mujer de 29 años prepara sus manjares de verde, maní y mariscos. Ella es la que pone la sazón en su barrio, pues a pesar de que los vecinos se ‘guardan’ por temor a otro ataque, salen solo para comprar sus deliciosos bocados.

“Siempre, después de una balacera, la gente se queda en su casa; prefieren pedir sus corviches para llevar”, relata. Sin embargo, ella no se rinde y se arma de su ‘escudo’ de plátanos verdes porque está segura de que, como todas las veces, la masa, el pescado y camarón preparados para ese día se terminarán hasta las 19:00.

Johanna ha mantenido su negocio por siete años. Hace poco compró una máquina para rayar el verde. Ahora hace en 20 minutos lo que antes le llevaba tres horas. 
Automatización del negocio

¿Cómo se hacen los corviches?

Johanna domina perfectamente la técnica de armado de los corviches. Lo hace hasta sin mirar. Mientras conversa con sus clientes, agarra un poco de masa previamente adobada y la extiende en la palma de su mano, ya que solo con tocarla sabe si hay suficiente o si agarró de más.

Apenas observa de reojo al corviche y vuelve a desviar la mirada, pero sigue en lo suyo: el producto. Luego agarra un poco de albacora (el pescado ‘pepa’), el relleno de maní y otros vegetales, y le da forma ovalada a la masa.

Su suegra, vestida con camiseta blanca, la ayuda en el negocio.CARLOS KLINGER

¿Esto siempre le gustó a Johanna Casierra?

Johanna dice que esta tarea no era su favorita, pero que por “necesidad” tuvo que aprenderla. “Mi mamá también tenía un puesto (de corviches) y yo a veces le iba a ayudar, pero no sabía armarlos ni atender a los clientes”, cuenta riéndose.

Contradictoriamente, luego de algunos años, aprendió en solo tres días, cuando tuvo que sostener a sus dos hijas y ya no contaba con un trabajo fijo. Al necesitar una fuente de ingresos que le permitiera tener cerca a sus pequeñas, decidió retomar el legado de su madre. “Yo sabía que la sazón la tenía, pero debía mejorar mi atención a los clientes y la forma de los corviches”, admite la comerciante.

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Ahora todos sus allegados la reconocen por sus corviches, que son “crocantes por fuera, suaves por dentro” y mixtos, es decir de pescado y camarón.

“Todo se mejora con el tiempo. Ahora, con mi esposo y padre de mi tercera hija ya tenemos un segundo punto de venta en la 27 y García Goyena y hasta hacemos entregas a domicilio”, dice contenta. 

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