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Viajar a India desde Ecuador: costos y experiencia de visitar el Taj Mahal
Taj Mahal: cuánto cuesta llegar desde Ecuador y cómo es la experiencia
Viajar desde Ecuador hasta Agra, en la India, es casi como darle la vuelta al planeta. Son más de 16.400 kilómetros, más de veinte horas de vuelos y escalas, pero cada tramo del camino parece justificarse en un solo instante: cuando los ojos se encuentran con el Taj Mahal, esa maravilla blanca que parece flotar en el aire.
Pocos sudamericanos se atreven a viajar tan lejos. Son escasos en el paisaje. La distancia pesa, pero también la mala fama de la comida callejera india, con esa mezcla de especias y colores que en internet suele aparecer más como advertencia que como invitación.
Un viaje largo hasta Agra, India
Toda una historia para visitar
Pero quienes se arriesgan descubren que, detrás del caos, del ruido constante, de las vacas que deambulan como dueñas de la calle y de los tuc-tuc (tricimotos que zumban y suelen repletar cada avenida), hay una ciudad que guarda un relato de amor eternizado en piedra.
Mausoleo para el amor eterno
El Taj Mahal no es solo una obra arquitectónica; es una declaración de amor que ha sobrevivido siglos. El emperador mogol Shah Jahan lo mandó a construir entre 1632 y 1648 en honor a su esposa Mumtaz Mahal, que murió al dar a luz a su hijo número 14.
Más de veinte mil obreros trabajaron durante dos décadas para levantarlo: mármol blanco, piedras preciosas incrustadas, jardines simétricos que parecen alfombras y fuentes que reflejan el cielo. Todo eso con un único propósito: que la memoria de Mumtaz jamás se borrara.

El costo para los visitantes locales es de 40 rupias (menos de 50 centavitos de dólar), mientras que los extranjeros pagan 1.100 rupias (casi 13 dólares). Incluso se puede llevar un boleto conmemorativo como recuerdo por 100 rupias (1,15 dólares). Un precio que resulta insignificante comparado con el impacto de ver la cúpula elevarse sobre los jardines.
Costos y distancias
Llegar hasta Agra es una odisea. Desde Quito o Guayaquil, un boleto aéreo puede pasar los 2.000 dólares. Quienes cuentan con visa estadounidense logran abaratar el viaje: desde 660 dólares volando desde ese país, aunque con trayectos de más de veinte horas.

Una vez en la India, el dinero parece rendir de forma distinta. Apenas se aterriza en Nueva Delhi, la capital, las opciones de transporte se abren en abanico: un autobús hacia Agra por 35 rupias (0,40 dólares), un tren por 500 rupias (6 dólares) o, si la confusión del turista lo excede, un taxi que puede costar hasta 4.000 rupias (50 dólares).
La autopista Yamuna, que conecta Delhi con Agra, sorprende por ser una de las pocas vías realmente ordenadas: 165 kilómetros de buen asfalto en medio del desorden urbano.
Fanáticos de los lejanos
Agra no es una ciudad pulcra ni organizada. El tráfico es un ‘baile’ caótico de autos, motos, vacas y tuc-tuc que, de alguna manera, funciona sin choques. Y en medio de todo, los rostros sudamericanos se vuelven un imán para las miradas.
Basta subirse a un bus local para convertirse en el centro de atención. Durante un par de horas, el equipo periodístico de EXTRA fue detenido incontables veces para posar en fotos. Y no es ‘cuento’. Una dama vestida de novia, en plena sesión de bodas, incluso le pidió a un turista que posara junto a su futuro esposo.

Para los locales, ver un rostro diferente parece tan fascinante como el propio monumento que atrae a millones de viajeros cada año.
Señales, sonrisas y asombro
En Agra, el inglés abre pocas puertas; el hindi es el idioma dominante. Sin embargo, toca usar el lenguaje universal: las señas… y la sonrisa.
Viajar sin guía puede parecer una locura, pero es también la forma más auténtica de entender lo que significa estar allí: perderse, dejarse mirar, dejarse llevar.