Se fue un caballero del fútbol. Miguel Ángel Russo, el hombre que jamás levantó la voz, pero cuya palabra pesaba más que un grito de gol, falleció este miércoles 8 de octubre a los 69 años. Un tipo de códigos, de respeto, de esos que ya escasean en el fútbol moderno.

Russo no solo fue entrenador: fue un formador, un líder silencioso, un sobreviviente que enfrentó su enfermedad con la misma entereza con la que paraba equipos en la cancha. Desde 2017 peleaba contra el cáncer de próstata, luego de vejiga. Nunca se rindió.

Fue un tipazo ganador

Su última batalla la libró en su casa, acompañado por su familia y el cariño eterno de Boca Juniors, el club que lo tuvo como DT y lo vio levantar la Copa Libertadores 2007 con un tal Juan Román Riquelme como figura. Hoy, ese mismo Riquelme, presidente del club, lo despidió con lágrimas y gratitud.

La noticia cayó como un mazazo en el ambiente futbolero. Russo había pedido licencia médica en septiembre, cuando su salud comenzó a deteriorarse. En los últimos partidos, se lo notaba frágil, apenas con fuerzas para acompañar desde un costado. Claudio Úbeda asumió la conducción temporal, pero todos sabían que el alma del equipo seguía siendo la de Miguel.

Su carrera fue gigante: campeón con Vélez en 2005, héroe en Rosario Central con la Copa Argentina 2018, técnico de clubes históricos como Racing, San Lorenzo, Lanús, Estudiantes y hasta de equipos en Colombia, México, España, Perú y Arabia Saudita. Pero más allá de los títulos, su mayor logro fue ganarse el respeto de todos.

Como jugador, Russo fue un emblema de Estudiantes de La Plata: más de 400 partidos, dos títulos con Bilardo y una vida entera con la camiseta pincharrata.

Hoy, el fútbol argentino despide a un señor de traje y corbata, de palabra firme y corazón noble. Se fue Russo, pero su huella queda marcada en el alma de cada vestuario que tocó.

Para más noticias de este tipo, ¡SUSCRÍBETE A EXTRA!