La alegría 'opaca' las adversidades en esta Navidad: Dos ciudadanos relatan cómo lo sobrellevan
Ella, de Esmeraldas, y él, manabita, resisten la adversidad refugiándose en el humor. A EXTRA le contaron cómo viven estas fechas y pasarán la Nochebuena

Marieta tiene un pequeño árbol que le regalaron. Pese a sus problemas, no pierde la alegría.
Marieta Porozo no tiene luces para su arbolito navideño, pero sonríe. José Walter Carrasco tampoco tiene una cena asegurada, pero hace un chiste.
No se conocen, nunca se han visto, pero están unidos por la misma forma de enfrentar la Navidad: con gestos pequeños que esconden tragedias grandes.
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En medio de la carencia, ambos se aferran a lo único que no les falta, la sonrisa, para atravesar una de las fechas más difíciles del año. Quien crea que la Navidad no enciende luz en los corazones de quienes han sufrido, debería conocer la historia de estos dos ecuatorianos.
La sonrisa más 'brillante'
La Navidad, según la define Marieta, de 50 años, llega cargada de bendiciones: “regalos, salud, amor, alegría y, sobre todo, vida”, asegura.
Originaria de San Lorenzo, Esmeraldas, tiene una sonrisa que encanta a niños y adultos. Bromea incluso con los cumplidos y dice que aún no se ha lavado los dientes, para luego soltar una carcajada y aclarar que es solo un chascarrillo para “romper el hielo”.
Con Marieta todo es humor, cercanía y cariño, pese a que las necesidades en su hogar son grandes. “Todo lo hago con amor y eso es lo que me da fuerzas para seguir, trabajar y sostenerme, a pesar de la discapacidad física que padezco”, insiste.
Amor es la palabra que más repite y no se trata de una actitud fingida; es lo que brota de su corazón. “A todos voy saludando sin esperar nada a cambio, así soy yo. Y si no me devuelven el saludo, insisto para que al menos regalen una sonrisa ese día”, comenta.
Su casa tiene un solo ambiente y huele a incienso. Para la visita de EXTRA, se engalanó con un gorro rojo alusivo a la Navidad, comprado un día antes en el mercado. Ella ‘brilla’ más que las luces festivas que no tiene en casa porque, aclara, “hay prioridades”.

Marieta sale en la silla de ruedas. Cuenta que era un regalo para su madre y que llegó pocos días después de su deceso.
Siempre ha soñado con adornar su hogar con muchos ornamentos, pero el dinero que gana vendiendo empanadas de verde por las tardes no alcanza -a veces- ni para cubrir las necesidades básicas.
“Yo soy feliz a pesar de lo poco que tengo. A mí no se me apaga el espíritu navideño porque mi arbolito, que además es regalado y es la única decoración que tengo, esté ‘pelado’. Agradezco que una amiga se haya acordado de mí”, explica.
Marieta asegura que no le gusta que le tengan pena, ni que le digan ‘pobrecita’ por usar una silla de ruedas.
Su fortaleza se sostiene en Dios, especialmente tras la muerte en 2023 de su madre, a los 93 años, y por la discapacidad con la que nació (piernas arqueadas).
“Cuando tenía nueve años, mi mamá me llevó a operar a Quito gracias a la gestión de una monja que llegó a San Lorenzo. Pero no sé si por traviesa o por otra razón, al crecer mis huesos no mejoraron y caminar se volvió cada vez más difícil. Hace 30 años decidí que debía ser fuerte. Me paré frente al espejo y me dije, con amor y firmeza, que yo era mi única esperanza”, recuerda con nostalgia.
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Aun así, Marieta, a quien los niños del barrio, en la 17 y Chambers, suroeste de Guayaquil, llaman ‘tía’, también tiene momentos de debilidad. Reconoce que a veces reniega de su condición, pues quisiera tener un empleo formal y no solo vender tortillas y empanadas de verde y harina en los bingos del sector.
“Yo misma me movilizo en mi silla de ruedas, pongo la bandeja en las piernas y ofrezco los productos calientitos. Ahora quisiera inscribirme en un curso de jabones para generar otro ingreso”, cuenta.
Esta Nochebuena, Marieta se sentará en la puerta de su casa para contagiarse de la emoción del barrio y regalar un poco de su alegría. “Pasaré aquí sola, pero tranquila. Pondré villancicos, mi gorrito y saludaré a todos”.
En Manta, los chistes 'esconden' el dolor
En la casa de José Walter Carrasco, la Navidad llega despacio, casi en silencio. Su vivienda, aún marcada por las heridas del terremoto de 2016, permanece en la antigua zona cero de la parroquia Tarqui, en Manta.
Entre paredes que resistieron como pudieron y escombros que no se han caído del todo, la vida continúa. El techo quedó destruido y fue necesario apuntalar la casa con palos, adaptarse a la fuerza y aprender a convivir con el frío que se cuela por los huecos y con una incertidumbre que nunca termina de irse.

Su vivienda aún sufre las consecuencias del terremoto del 16 de abril de 2016.
Conocido cariñosamente como Trompudo, José Walter no vive la Navidad con euforia, sino como una fecha más del calendario; no por falta de fe, sino por la escasez de recursos. No piensa en una cena especial.
Para él y su esposa, María Mero Piloso, sobrevivir día a día es más urgente, sobre todo en estos meses en los que la situación económica está jodida. Ella es su apoyo constante en medio de la adversidad.
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El año pasado, en Nochebuena merendaron un pan de pascua y se acostaron temprano. No por cansancio, sino para esquivar el hambre que en otros hogares satisfacen banquetes y comilonas.
José Walter vive de los shows que realiza en plazas, parques y calles junto a un grupo de compañeros conocidos como Los Locos de la Risa. Cuando hay presentaciones, lo máximo que suelen repartirse son 20 dólares, dinero que con frecuencia debe alcanzar para toda la semana, porque a veces solo hay un show.
Contrario a lo que se cree, José considera que en diciembre la ‘chamba’ se complica aún más, pues el público prefiere ir a los centros comerciales antes que detenerse en parques o plazas.
Walter no tiene planes para Navidad. Este año espera recibir algún plato de comida de sus vecinos y así no pasar hambre.
Aun así, no renuncia del todo a la ilusión. Con emoción contenida, enciende unas pequeñas luces en la sala y coloca una botita navideña, sencilla pero cargada de sentido. “La Navidad es complicada para nosotros, pero tratamos de vivirla a nuestra manera”, menciona.
En Nochebuena no hacen planes ni listas. Esperan, más bien, que algún vecino se conduela, como ha ocurrido en años anteriores. Si no, saben que les tocará dormir con el estómago vacío o cerrar el día con un pan de pascua.
Recuerda con gratitud cuando un vecino se acercó con un plato de comida. “Se condolió porque sabe que somos de escasos recursos”, cuenta. Fiel a su oficio de comediante, incluso en la dificultad deja entrever su humor.

A él lo conoce como 'Trompudo' en Manabí. Es comediante callejero.
Dice que a él no lo visita Papá Noel porque no hay chimenea por donde pueda bajar. “Aquí el que sí llega es el hambre, además del frío que se mete por el techo”.
Luego, en voz baja, confiesa: “Es duro sentir el olor de la comida, del pavo, de la cena de los vecinos. Para nosotros, eso no existe. Toca abrazarse con la almohada y esperar que amanezca para enfrentar un nuevo día”.
Esta noche, mientras muchos brinden alrededor de mesas llenas, Marieta pondrá villancicos desde la puerta de su casa y José Walter apagará las luces temprano para esquivar la ‘leona’.
No se conocerán, no se llamarán, no se verán. Pero en distintos rincones del país, ambos sostendrán la Navidad con lo que tienen a mano: fe, humor y una sonrisa que, aunque cansada, se niega a apagarse.
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