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Guayaquil

La calle 18 de antes: jodedera y billetes en la zona bohemia de Guayaquil
Entre cervezas, serenatas, billetes falsos y broncas, así se vivía en los 90.
Hace 35 años, Lucía (nombre protegido) llegó a ‘camellar’ a la legendaria 18 de Guayaquil cuando ese pedazo de ciudad hervía más que arroz de fin de mes. Hoy tiene 49, pero habla de esa época como quien recuerda un viejo amor: con sonrisa, nostalgia y unas cuantas anécdotas que solo se escuchan por estos lares.
“Era un negociazo. Las chicas eran cumplidas, atendían bien, y eso hacía que zumben las cervezas, comidas, cigarrillos, caramelos, chicles y hasta chifles volaban”, cuenta, como si aún oliera el humo y la fritura de los 90.
Los clientes tenían su propio ritual. “Unos venían a sondear, se pegaban sus dos tragos para ver cómo estaba el ambiente… Otros llegaban directo a escuchar música, a echarse su tabaco y a esperar que las ‘cariñosas’ que les gustaba se desocupen. De ahí sí entraban al cuartito a ‘sacarse el estrés’”, recuerda, soltando una carcajada.
Pero no todo era “trabajo serio”. En la 18 también se armaban escenas dignas de película cómica.
Como aquella vez del Fenómeno del Niño del 97. “Un sabido quiso pagar con billete falso. Y para colmo salió apurado, no se abrochó bien el pantalón… y ¡zas! se enredó, se cayó y terminó metida de cabeza en un charco con agua. Fue un show. El man igual pagó, con billete mojadito y todo”, dice Lucía, riéndose como si lo estuviera viendo otra vez.
La jodedera era parte del menú diario. Cuando ya había confianza, las chicas lanzaban sus ‘tiros’: “¿Su mujer ya le dio permiso para verme?, Ojalá aguante más de un round, pues, ¿ya se tomó la pastillita azul?”, decían las chicas.

Y los clientes no se quedaban atrás, porque decían: “Mijita, llegó su Tarzán”.
“Tarzán mis pestañas”, respondían ellas. “Usted es el presidente del club de las palomas caídas”, remataban entre risas.
“Todo en buena onda, porque si no, esta 6x3 fuera un cementerio”, dice Lucía, moviendo la mano como quien espanta la mala vibra.
También hubo momentos cursis -sí, en la 18 también existe el romance-. “Habían manes que venían con serenata, flores, chocolates… varios se enamoraron y se llevaron a las chicas. Eso pasa, mijo. El amor no mira pasado, mira futuro”, asegura.
Pero no todo era risa. En el barrio también había broncas. “Peleas entre las chicas por cruzeteos, o clientes que se creían dueños y terminaban sacándose la madre entre ellos. Y lo feo: cuando caían tipos armados. Antes por las calles Cuenca, Brasil o Gómez Rendón entraba cualquiera, eso era abierto, sin control. Ahora está más cerrado y los requisan para antes de entrar”, señala.
Y aunque la nostalgia le ilumina la cara, la billetera también recuerda. “Antes se ganaba recontra bien. Entre semana 200.000 sucres, fin de semana más de 400.000, en los años 90. Hace unos años hacíamos $400 de lunes a viernes y $500 los sábados. Pero desde el COVID-19 y la delincuencia… ¡todo pa’ abajo! Ahora se trabaja para subsistir nomás”.
Lucía suspira. No porque lo extrañe todo, sino porque la 18 de antes era otra cosa: con más ruido, billete, broma y drama… un Guayaquil bien bohemio.
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