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Una madrugada violenta en Esmeraldas: testimonios y escenas desgarradoras
La madrugada del domingo 20 de julio, la tranquilidad del barrio San Carlos, en la parroquia La Unión del cantón Quinindé, fue abruptamente interrumpida por una ráfaga de disparos. Eran las tres de la mañana cuando los vecinos despertaron sobresaltados, envueltos en el eco de las detonaciones que parecían no tener fin.
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Dentro de un bar ubicado en una esquina concurrida del sector, un joven de entre 22 y 25 años, de nacionalidad venezolana y residente del barrio El Tambo, yacía sin vida. Había recibido múltiples impactos de bala. Otras dos personas resultaron heridas.
“El estruendo fue como una tormenta de truenos”, relató un residente aún tembloroso. “Pensamos que era una pelea, pero luego vinieron los gritos… y después, el silencio”, añadió una vecina que prefirió mantener el anonimato por temor a represalias.
Según información preliminar de la Policía Nacional, los atacantes —fuertemente armados— llegaron directamente al bar con un Sin embargo, las primeras hipótesis apuntan a que habrían confundido a su víctima.
“Todo indica que buscaban a otra persona. Al no encontrarla, dispararon contra el joven que estaba libando con amigos. Se presume un ajuste de cuentas, pero aún no se confirma”, explicó un agente en el lugar.
El cuerpo fue hallado desplomado junto a una mesa, con el vaso aún entre las manos. La escena fue acordonada y el personal de Criminalística recogió al menos nueve casquillos de bala. Los testigos, en estado de shock, evitaron dar declaraciones.
El último adiós de 'Josecito' en Esmeraldas
Horas más tarde, en el cantón Esmeraldas, en el sector Fondo de Bokinis, a orillas del río del mismo nombre, se vivió una escena aún más desgarradora. En una humilde vivienda, doña Maritza —una mujer con discapacidad en las piernas— vio cómo su hijo, José Valencia, conocido como “Josecito”, era asesinado mientras dormía. Tenía 26 años y se ganaba la vida reciclando cartón y botellas para mantener a su madre.

Testigos aseguran que un grupo de hombres armados irrumpió violentamente en la casa buscando a otra persona. Al no encontrarla, descargaron su furia contra Josecito, quien dormía junto a su madre.
“Fueron despiadados… ni siquiera le dieron tiempo de despertar. Le dispararon ahí mismo, en la cama, como si fuera basura”, narró un vecino del callejón.
Doña Maritza, entre gritos y lágrimas, sostenía el cuerpo sin vida de su hijo mientras pedía ayuda. “¡Me lo mataron como a un perro, y él no le debía nada a nadie!”, exclamaba al llegar la policía comunitaria.
Paramédicos del Cuerpo de Bomberos atendieron a la madre, quien sufrió una crisis nerviosa y fue trasladada al hospital. Hasta el momento, no hay detenidos por ninguno de los dos crímenes. La Policía ha intensificado los patrullajes, pero en los barrios San Carlos y Fondo de Bokinis, la sensación de inseguridad es abrumadora.
“Ya no se puede dormir, ya no se puede vivir en paz. Aquí cualquiera puede ser la próxima víctima”, dijo un joven que presenció parte del operativo.
Frente a la casa de Josecito, los vecinos encendieron velas y dejaron flores. “Era un buen muchacho, reciclaba para sobrevivir. Nunca se metía con nadie”, dijo entre lágrimas una vecina, con la voz quebrada por la impotencia.
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