Durante años, Kim Eun-jae, conocida en la industria musical como Ejae, fue una promesa que nunca llegó a debutar. En el competitivo mundo del K-pop, donde la juventud es casi una religión, su carrera se vio truncada antes de comenzar. Hoy, más de una década después, la cantante y productora surcoreana-estadounidense ha alcanzado lo que parecía imposible: convertirse en la voz del fenómeno animado Kpop Demon Hunters, líder en Netflix y Billboard.

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Nacida en Seúl en 1991, Ejae soñaba con convertirse en idol desde su adolescencia. Pasó casi diez años entrenando en SM Entertainment, una de las agencias más poderosas de Corea del Sur, perfeccionando canto, baile e interpretación. Pero cuando finalmente esperaba debutar, la agencia la consideró “demasiado mayor” para ingresar en la industria.

El golpe fue devastador, pero también liberador. Ejae abandonó Corea y se trasladó a Estados Unidos para estudiar composición musical en la Escuela de Artes Tisch de la Universidad de Nueva York. Lo que en su país fue una puerta cerrada, en el extranjero se convirtió en el inicio de una carrera marcada por la reinvención.

El renacer de una voz silenciada

Convertida en compositora y productora, Ejae comenzó a trabajar tras bambalinas para artistas del K-pop. Su experiencia dentro del sistema de entretenimiento le permitió entender sus códigos y limitaciones.

En 2025, su talento llamó la atención de Sony Animation Studios, que la convocó para colaborar en la creación musical de la película Kpop Demon Hunters, una historia sobre un trío femenino que combate demonios al ritmo del pop coreano.

Lo que comenzó como un encargo se transformó en una reivindicación: Ejae fue invitada a prestar su voz al personaje principal, Rumi, y a interpretar el tema central del filme, Golden, junto a las artistas Rei Ami y Audrey Nuna.

Golden: el triunfo que cambió las reglas

El sencillo Golden se convirtió en un fenómeno global. En agosto de 2025 alcanzó el número uno del Billboard Hot 100, convirtiéndose en la primera canción de K-pop interpretada por mujeres que llega a la cima desde Independent Women de Destiny’s Child en 2001.

Poco después, la banda sonora completa de la película lideró el Billboard 200, tras siete semanas consecutivas en el segundo puesto.

El éxito marcó una nueva era para el pop coreano: una artista que fue rechazada por su edad alcanzaba el mayor reconocimiento posible en la industria musical.

Más que una voz, un símbolo de resistencia

La historia de Ejae ha despertado una ola de conversación sobre el edadismo y el sexismo en el K-pop. En una cultura donde los idols suelen debutar antes de los 20 años y se espera que mantengan una imagen infantilizada, su triunfo representa un cambio de paradigma.

Corea del Sur enfrenta desde hace años cuestionamientos por su brecha de género. Movimientos como 4B o figuras como la escritora Han Kang, autora de La vegetariana, han visibilizado las estructuras patriarcales que aún rigen en la sociedad. La industria del entretenimiento, con su control sobre la imagen femenina, es uno de los reflejos más evidentes de ese sistema.

El personaje animado de Rumi es para muchos una extensión simbólica de la propia Ejae: una mujer que, tras ser invisibilizada, encuentra una nueva forma de brillar. Pero también es un espejo del dilema contemporáneo: ¿por qué una artista debe esconderse tras una figura animada para ser aceptada?

Ejae ha declarado que no busca venganza, sino abrir caminos para otras mujeres. Su voz, ahora escuchada por millones en todo el mundo, se alza como un recordatorio de que el talento no tiene edad ni cuerpo ideal.

El demonio que aún queda por vencer

Kpop Demon Hunters es, más allá de su éxito comercial, una metáfora sobre la lucha contra los prejuicios y la autoafirmación femenina. La victoria de Ejae no solo reivindica su trayectoria, sino que expone las contradicciones de una industria que vende juventud y perfección, mientras silencia la madurez y la autenticidad.

En una sociedad donde envejecer sigue siendo un tabú, Ejae ha demostrado que la voz puede trascender cualquier frontera, incluso las que el propio sistema impone.

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