Atentados explosivos en Guayaquil: cronología de ataques que marcaron la escalada criminal en 2025
Desde junio, Guayaquil vivió una serie de atentados con explosivos que sembraron miedo colectivo. Unidades judiciales y cárceles fueron principales objetivos

La avenida Joaquín Orrantia permaneció cerrada varios días tras el atentado frente al Mall del Sol.
El atentado con explosivos ocurrido el 14 de octubre en los alrededores de un hotel y las oficinas del grupo Pronobis, propiedad de la familia del presidente Daniel Noboa, marcó un punto de quiebre en la escalada criminal que vive el Ecuador.
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Hasta antes de ese día, las amenazas con bombas habían quedado en intentos fallidos o en explosiones que solo dejaron daños materiales. Pero esta vez fue distinto: una persona murió, alcanzada por una pesada pieza de metal que salió disparada tras la detonación, cometida en el norte de Guayaquil.
Ese ‘bombazo’ confirmó lo que muchos ya temían: los grupos de delincuencia organizada habían subido el nivel de violencia.
Bombas para sembrar pánico
Días antes, el terror ya se había sentido en las calles. El 17 de septiembre, un adolescente de 17 años abandonó un coche bomba en los exteriores de una salsoteca del centro de Guayaquil. El vehículo explotó, pero la onda expansiva solo dañó la fachada del local.
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Y ese mismo día, casi a la misma hora, el miedo también se apoderó del sur de la ciudad. Una amenaza de explosivos obligó a evacuar de emergencia la Unidad Judicial Valdivia, en la avenida 25 de Julio. Testigos relataron que, cerca de las 15:00, un vehículo se estacionó frente al complejo judicial y de su interior alguien lanzó una funda con un panfleto y huyó a toda velocidad.
Especialistas del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) confirmaron que se trataba de un artefacto explosivo real, el cual fue neutralizado con una detonación controlada.
El mensaje era claro y aterrador. El panfleto advertía que el atentado estaba ligado a un proceso por tráfico de drogas y buscaba frenar una audiencia judicial. El texto amenazante decía: “Tenemos toda la cuadra rodeada de bombas. Jueces y fiscales, hagan bien su p… trabajo. Si no, van a volar ustedes y todos los que están alrededor. Atentamente, la mafia, Los Lobos activos”.
Cárceles bajo ataque

La explosión en la Penitenciaría del Litoral causó destrozos en la fachada y garita del reclusorio.
La violencia no se detuvo ahí. El 26 de septiembre, una camioneta fue incendiada y abandonada frente a La Roca, la cárcel de máxima seguridad de Guayaquil. Minutos después, la explosión sacudió la zona.
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La detonación causó daños en la fachada del penal y dejó militares heridos, aunque ninguno de gravedad.
Trece días después, el 9 de octubre, en pleno feriado por la independencia de Guayaquil, se repitió el terror. Un carro sospechoso fue dejado frente a la Penitenciaría del Litoral, la cárcel más grande y peligrosa del país.
La Policía cerró el sector y evacuó a los ciudadanos, para que el escuadrón antiexplosivos desactivara el artefacto. El ministro del Interior, John Reimberg, confirmó que el automotor tenía cinco tacos de dinamita de alto poder adheridos a un cilindro de gas.
Víctima colateral
Con estos hechos, Guayaquil ha quedado psicológicamente golpeada. Cualquier estruendo, golpe fuerte o incluso el ruido de un escape dañado hace que la gente corra a buscar refugio.
El caso Porsche, un escándalo sin culpables
Otro atentado que sacudió al país ocurrió el 3 de junio, en plena Bahía de Guayaquil, el corazón del comercio.
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Un artefacto explosivo estalló en la zona y el caso escaló hasta la Asamblea Nacional cuando se difundieron videos que mostraban algo llamativo: minutos después de la detención de Iván Michael Ballesteros, principal sospechoso, un Porsche llegó al domicilio donde él vivía, en la isla Trinitaria.

Un menor de 17 años de edad fue detenido como autor del atentado con coche bomba en una salsoteca del centro de Guayaquil.
Las investigaciones revelaron que el vehículo estaba registrado a nombre de Industrial Molinera, empresa de la Corporación Noboa, lo que desató acusaciones contra el Gobierno.
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La empresa negó cualquier vínculo y aseguró que el carro solamente trasladó a una empleada a su vivienda, ubicada en la planta baja del mismo edificio donde residía Ballesteros.
Finalmente, la Fiscalía se abstuvo de acusar al sospechoso por falta de pruebas. Hasta hoy, el caso sigue impune, sin responsables.
El miedo cambió la vida
El impacto de los atentados no solo se mide en explosiones, sino en las decisiones que la gente toma para sobrevivir.
“Desde el bombazo ya no dejé mi carro en la calle. Empecé a pagar garaje, aunque era un gasto extra, y hasta evitaba pasar por el sitio”, contó Armando Vintimilla, vecino del edificio cercano a la salsoteca atacada.
La situación lo llevó a una decisión más drástica. “Me cambié de domicilio. Por paz mental y por mi hija de siete años, me fui a un conjunto cerrado”, confesó.
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En la Bahía, el miedo también apagó negocios. Don Ignacio (nombre protegido) cerró definitivamente su local tras el atentado. “Pensaba jubilarme en dos años, pero con robos, ‘vacunas’ (extorsiones) y ahora bombas, trabajar honradamente se volvió imposible”, lamentó.
"Desde el atentado cambié mis rutinas, ya no parqueaba ahí y evitaba pasar. Al final, el miedo pudo más y me cambié de domicilio”.
En Guayaquil, las bombas no solo destruyeron fachadas y vidas: rompieron rutinas, negocios y la tranquilidad de toda la ciudad.
“Exagerar la violencia siembra terror colectivo”

Homero Ramírez, sociólogo, docente universitario e investigador.
Cada vez que estalla una bomba en Guayaquil y los medios de comunicación comparan a la ciudad con el Medellín de los años 80, cuando el cartel de Pablo Escobar asesinaba políticos, volaba edificios y tumbaba aviones, se siembra un miedo colectivo que agrava la crisis, sostiene el sociólogo Homero Ramírez Chávez, docente universitario con 33 años de experiencia.
El experto cuestiona que en la carrera por ganar audiencia, algunos medios exageran los hechos violentos, generando más alarma en la ciudadanía. “En lugar de informar con mesura, se exacerban las noticias y se pinta un futuro terrorífico, lo que incrementa el pánico”, señala.
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Ramírez explica que cuando la violencia se repite y se vuelve tema constante, el miedo se implanta en la sociedad y luego es muy difícil de erradicar. “La gente termina acostumbrándose, aprendiendo a convivir con el temor y preparándose mentalmente para que vuelva a ocurrir”.
Pone como ejemplo países como Líbano y Cisjordania, donde las explosiones son frecuentes. “Allá la población sabe qué hacer, qué lugares evitar y cómo reaccionar. La prevención se volvió parte de su vida”.
En Ecuador, dice, la situación es distinta porque el uso de explosivos es relativamente nuevo. “Aquí basta una alerta sin confirmar o un estruendo fuerte para que la gente corra desesperada. En una explosión, lo correcto es lanzarse al suelo para evitar ser alcanzado por fragmentos”, recalca.
Sobre cómo superar el terror colectivo, considera que la presencia policial y militar ayuda, pero solo el tiempo logra borrar el miedo. Recuerda, por ejemplo, la crisis bancaria del año 2000. “Las nuevas generaciones conocen el hecho, pero no el pánico que se vivió. El miedo desaparece, pero eso tarda generaciones”.
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