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Los lujos en la política: ¿desconexión o derecho personal?
El Porsche de Daniel Noboa reabrió el debate sobre lujo político en Ecuador. Expertos analizan qué revela esto sobre poder y desconexión
El debate se reactivó con una imagen: el presidente Daniel Noboa llegó a votar con su esposa e hijo en un flamante Porsche. La escena se viralizó en minutos y reabrió una discusión latente sobre el lujo en la política ecuatoriana.
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Aunque es fácil reducirlo al caso más reciente, la relación entre políticos y la opulencia viene de lejos. Abdalá Bucaram exhibía mansiones y joyas; Guillermo Lasso fue cuestionado por atenderse en el exterior, y la lista sigue.
En la región también abundan los casos. En Perú, la polémica por relojes de alta gama terminó influyendo en la caída de la presidenta Dina Boluarte. En Colombia, Gustavo Petro fue criticado por el uso de accesorios costosos.
Lujos en políticos: Espejo del poder
La activista y comunicadora política Pamela Troya considera que estas reacciones no son simples “polémicas virales”, sino fenómenos sociales que hablan de la relación entre gobernantes y gobernados.
“Los líderes deben entender que, aunque tengan una fortuna personal o un estilo de vida propio, el cargo exige transmitir cercanía y empatía”, explica.

Según la especialista, algunos gobiernos recientes han buscado una narrativa aspiracional: líderes jóvenes, impecables en cámara y con redes hiperactivas. Pero sin resultados tangibles, “puede transformarse en una desconexión percibida”.
Para Troya, el problema no es el lujo en sí, sino lo que comunica en tiempos de crisis: si el país enfrenta criminalidad, hospitales colapsados o falta de medicinas, una foto con un auto de lujo se siente “fuera de lugar”.
De allí que la línea entre el lujo ‘aceptable’ y el escandaloso sea contextual: unos zapatos caros pasan de ‘agache’, pero un viaje al exterior para operarse, en medio de un sistema de salud colapsado, se lee como si el sistema no funcionara.
Ostentación en la política como “rituales del poder”
Para el antropólogo y sociólogo Santiago Cahuasquí, “los relojes de lujo, autos deportivos, trajes y accesorios son prácticas simbólicas de consumo, y comunican poder, jerarquías, distancia social y afianzamiento de una autoridad”.
Para el especialista, estos gestos son auténticos “rituales modernos de poder”, dispositivos visuales que buscan reforzar dominación y liderazgo. Y no es casual que aparezcan en periodos sensibles como campañas o momentos de alta visibilidad, como lo ocurrido con el ‘carrazo’ del presidente.

El experto advierte que, en tiempos críticos, el lujo político puede volverse “moralmente intolerable”, porque subraya brechas económicas que el propio gobernante debería reducir.
Además, la tolerancia social a estos gestos cambia cuando los gobiernos dejan de convencer, por lo que la asociación entre lujo y abuso de poder se vuelve casi automática. “Puede ser reputacionalmente peligroso” exhibir un lujo en esas condiciones, dice Cahuasquí.
Ciudadanos en Guayaquil hablan del lujo en la política
En las calles de Guayaquil, las opiniones se dividen entre quienes ven los lujos políticos como una elección privada y quienes los interpretan como desconexión.
Para Patricio Lema, el debate debería centrarse en la procedencia del dinero. Considera que, si un político adquiere bienes con su patrimonio personal, la controversia pierde sentido. “La política es para servir al pueblo, no para servirse del pueblo, pero cada quien es libre de hacer lo que quiera con su dinero”, afirma.
Luis Alberto Hanna comparte esa visión y añade que la figura presidencial está hoy bajo un escrutinio constante. Recuerda que la fortuna de Noboa proviene de su familia y, por tanto, le parece lógico que exhiba lo que posee. “Si yo tuviera un Lamborghini también lo mostraría”, señala.
Pero no todos lo ven así. Edison Barahona plantea que el problema no radica en el lujo, sino en la coherencia y la transparencia patrimonial. Le preocupa especialmente cuando un funcionario llega con recursos modestos y, en pocos años, muestra signos de riqueza difícil de justificar. “Ahí uno piensa en corrupción. Peor si no hacen obras”, advierte.
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