Manabí: La Calaverita que cuida al pueblo donde “se derriten las montañas”
En Quebrada de Guillén, Manabí, la fe montuvia, los deslaves y la memoria oral conviven alrededor de una monjita milagrosa

Actualmente, el cráneo de la monjita se encuentra en poder de un hombre llamado Mariano, en la parroquia Calderón.
“Aquí se derriten las montañas”, dice José Dolores Vásquez con asombro contenido. Él es hijo de Cruz Trinidad García, una mujer que cumple 90 años el mismo día en que se celebra la festividad de la santa Lucía de Siracusa, la mártir cristiana de los ciegos y de los oftalmólogos.
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Crucita, como la llaman con ternura, pertenece a una de las 18 familias que viven entre Quebrada de Guillén y Pata de Pájaro, comunas vecinas separadas por un camino en forma de Y, en la parroquia Calderón, provincia de Manabí.
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Allí, los caballos agitan las crines al compás del viento, mientras los toros cebú, blancos y macizos, vagan solos por tierras que, cuando los deslaves arrasan, sepultan casas, recuerdos y monjitas a las que se les atribuyen milagros.
Una hora de distancia separa a Portoviejo, capital manabita, de estas comunas. Hace un mes y medio, las fuertes lluvias provocaron deslaves que destruyeron hectáreas de tierra y afectaron a varias familias. “La mía perdió cuarenta cabezas de ganado”, recuerda Lucía Cedeño, vecina de la zona.

Altar principal de la iglesia de Quebrada de Guillén.
Pata de Pájaro, rodeada por el cerro San Vicente, conocido como La Tablada, convive con esta naturaleza indómita. Para quienes viven a la vera del río y cerca de la iglesia, en el corazón del pueblo, la memoria del territorio no es solo geográfica; es un espacio donde la fe camina, se nombra y se custodia junto a imágenes sagradas, muñecas antiguas y nacimientos que mezclan tradición y contemporaneidad.
La casa de Crucita y su vida diaria
En una casa construida con caña reside Crucita. La escalera que permite subir a sus cuatro habitaciones es como una regla lisa. A sus 90 años, sonríe como una adolescente, no tiene enfermedades y cada día bebe agua de menta cultivada en el borde del balcón.
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Vestida de morado, celebra su cumpleaños y sueña con comprar un puerquito con los 40 dólares que sus amigas de la comunidad le han regalado. Cocina sobre una mesa rústica y perforada, que guarda el calor de un fogón de antaño, mezclando a mano el maní molido y preparando los dulces típicos de la cultura montuvia que desfilan por las calles de Quebrada de Guillén.
Cruz, de ojos azules y cabello blanco, recuerda la primera vez que vio a la Calaverita. “Mi padre me enseñó que rezara a la Calavera, a todos los santos, a la Virgen de Fátima. Ella es muy devota para uno. Cuando uno va a salir a los caminos, le dice: ‘Calavera linda, cuídame que no me pase nada’, y le pide a todos los santos, especialmente a santa Lucía”, recita persignándose, sentada en el portal de su casa.
“De otro lado vino la monjita. Mi mamá nos decía: ‘La Calavera, la Calavera, es celosísima, de bulla no quiere nada en la casa’. Yo la traje acá, a mi hijo Lolo le dije ‘quédate quedito’. Al día siguiente la llevé donde mi sobrino. A la Calaverita le gusta el silencio, ahora la tiene un sobrino en Calderón. Yo ya no la traigo a mi casa, pero le tengo un paquete de velas”, cuenta Crucita.
Los milagros de la Calaverita
Las casas de caña guadua, los monos aulladores y los cañaverales verdes y amarillos trazan el paisaje de Quebrada de Guillén. Los sábados, la gente se asoma a ventanas y balcones, pero nadie camina por las calles de tierra. Solo dos vacas jóvenes avanzan despacio, sin apuro, en un lugar donde, según los vecinos, la tranquilidad se respira.
Lucía Cedeño, de 66 años, le guarda devoción a la Calaverita desde que tenía ocho. “La comunidad es muy devota. Cuando hay enfermedad y se pide con fe, el milagro llega. Yo vivo agradecida”, dice.
Cuenta que cada junio le hace un velorio a san Antonio de Padua y que la Calaverita siempre está en su altar. Incluso la ha llevado a Manta.

La iglesia se encuentra en la Y que separa Quebrada de Guillén de Pata de Pájaro, comunas de Calderón.
El origen de Quebrada de Guillén fue estudiado por Mery García Guillén, descendiente de sus fundadores, quien investigó la tradición oral montuvia. Según su tesis, la comuna nació en 1901. Y a la Calaverita, las mujeres devotas le atribuyen más de un siglo de presencia en la comunidad.
Rosalía Guillén, tía de Mery, recuerda la colocación de la Santa Cruz a la entrada del poblado como gesto inaugural. Carmelina Guillén, rubia de ojos claros, explica: “La gente le pide cuando hay enfermos. Se le ruega ayuda para las cosas difíciles”.
Lucía asevera que la Calaverita protege las casas: “Hay testimonios de que se ve la llama encendida en la cocina, en los fogones. Entonces nadie se atreve a robar, porque creen que alguien está adentro”.
Historia, memoria y fe montuvia
La caja de madera donde reposa el cráneo de una monjita es un ícono de la comunidad. Hace más de un siglo, dos monjas entraron a estas tierras y nunca se las volvió a ver. Se cree que los deslaves se las habrían llevado. Tiempo después, un hombre vio asomar un cráneo entre la tierra removida.
Desde entonces, el cráneo ha recorrido distintos lugares, volviéndose célebre por los milagros, ruidos y temores que provoca, sosteniendo la fe local.
María Guillén Cedeño recuerda la historia de sus tatarabuelas: “Llegó ese poco de gente que había venido de España y se había quedado viviendo aquí. Dicen que vieron tierras que podían cultivar. Los siguió la familia Guillén. Hoy ya han crecido ahí cuatro generaciones”.
Lucía asegura que la Calaverita incluso ha llegado a Guayaquil. Actualmente, un hombre llamado Mariano la tiene en Calderón. Para Crucita, el milagro mayor que le ha concedido es que sus hijos se porten bien. “Eso es lo que siempre le pide”.
Migración extranjera y construcción de identidad
La gestora cultural Mariuxi Ávila explica que en Manabí hubo migraciones extranjeras, como ciudadanos suizos, cuyo legado permanece en productos locales como el queso manabita. Algunos migrantes optaron por quedarse en el campo, lejos de las ciudades más grandes.
De esa experiencia surge la identidad montuvia: personas ligadas al monte, a sus fincas y a la vida rural, donde hallaron bienestar y pertenencia. La oralidad, la copla y la interculturalidad consolidan una cultura viva, transmitida de generación en generación.
Así, en una casa de caña abierta al abrazo, la memoria montuvia permanece viva. Entre deslaves, santos y calaveras, la historia del pueblo se repite en voz baja. Crucita confiesa, bajando la voz, que estas historias no se cuentan a todos, pero en su casa, con fe y tradición, la vida y la memoria siguen latiendo.