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Guayaquil

Diario El Colombiano circulaba en Guayaquil cuando vivía la niña Juana Rosa Julia, en 1830.FERNANDA CARRERA.

Juana Rosa Julia: La tumba y el misterio de Guayaquil que cautiva 194 años después

Descubre por qué la tumba de Juana Rosa Julia, la primera en el Cementerio General de Guayaquil, sigue recibiendo ofrendas tras 194 años de misterio

Marcas de pintura blanca, negra, roja y azul se mezclan sobre la camiseta de algodón de John Garzón. Él tiene 35 años y desde los siete ha crecido entre cruces, epitafios y retratos descoloridos. Pinta y repara lápidas en el Cementerio General de Guayaquil, uno de los escenarios de ‘Ratas, ratones y rateros’ (1999), la película ecuatoriana de Sebastián Cordero; un espacio que el tiempo y la humedad han vuelto sagrado y profano a la vez, y que hoy es Patrimonio de la ciudad.

John se mueve con ligereza. Corre con la escalera de madera al hombro, como si flotara sobre el polvo y las hojas secas. La apoya contra una bóveda alta y comienza a trabajar. Cada tumba tiene su carácter: unas lucen nombres grabados con orgullo, otras dibujos ingenuos, y algunas apenas conservan letras borrosas que el sol casi ha terminado de borrar.

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“En los treinta años que tengo aquí ‘camellando’, he visto a personas dejando los muñequitos, pero otros vienen y se los llevan. Es una cábala”, dice John mientras descansa tras arreglar una lápida. A su alrededor, las tumbas reposan sobre tierra húmeda, rodeadas de maleza y flores que aún no comienzan a descomponerse.

En ese silencio espeso, donde el aire huele a cal y a humedad antigua, la tumba de Juana Rosa Julia sigue recibiendo visitas. Nadie sabe quién deja los juguetes, pero todos creen que la niña escucha. Esta semana se cumplieron 194 años de su muerte.

Los pintores de las bóvedas conocen las historias del Cementerio General, antes conocido como Cementerio Católico.FERNANDA CARRERA.

La investigadora del camposanto

Entre sus manos, Priscila Zerega lleva un cuaderno con recortes que ha pegado con paciencia. En sus páginas se mezclan mapas antiguos, datos, fotografías y retazos de historia: los rostros de Eloy Alfaro, Vicente Rocafuerte, músicos, cineastas y pioneros del arte local. Ese cuaderno es su brújula y su archivo personal cuando recorre el camposanto, un espacio donde la memoria respira entre mármoles, sombras y gatos dormidos.

Priscila migró a España y regresó a Ecuador en 2019 con un título de magíster en Didácticas Patrimoniales. Desde entonces investiga la historia del arte en el Cementerio General. Su propósito es que la gente comprenda el valor de este lugar, declarado Patrimonio Cultural de la Nación el 18 de octubre de 2003, mediante acuerdo ministerial.

Junto a una tumba gris custodiada por un gato gordo color naranja, Priscila anota observaciones en su cuaderno. A veces descubre sepulturas escondidas bajo la maleza; otras, nombres que el tiempo ha borrado casi por completo.

Durante el feriado de los difuntos del pasado 3 de noviembre, halló una historia que parecía perdida: la tumba del director de ópera italiano Angelo Negri, quien apoyó a las primeras mujeres cantantes del país. También reposan allí músicos como Nicolás Mestanza, fundador de Jazz Band, el primer proyecto de ese género en Ecuador.

Mientras escribe bajo el sol del mediodía, los vivos y los muertos parecen compartir el mismo aire antiguo, suspendido entre el polvo y la memoria.

“En la lápida de la primera bóveda del Cementerio, la madre de la niña pide que no se saque la tumba. Todas las semanas vengo a investigar sobre los personajes más importantes del siglo XX que sacaron adelante Guayaquil, especialmente con el boom del cacao (1895-1913). Siempre paso por la bóveda de Ana Rosa y veo un constante movimiento con respecto a los objetos. La gente viene a orar y a pedir por ella. La recuerdan”, explica Zerega.

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En los periódicos de aquella época se ofertaban esclavos en la ciudad, detallando incluso sus cualidades.FERNANDA CARRERA.

Una ciudad amenazada por las pestes

Cerca de esa bóveda se alinean las tumbas de quienes murieron víctimas de la fiebre amarilla. “En esa época había mucha insalubridad. Guayaquil tenía unos 20.000 habitantes y era prácticamente una aldea. Se vivía sobre el lodo, las inundaciones eran constantes y la mortandad era alta”, relata Ángel Emilio Hidalgo, profesor de Historia y director de la Biblioteca Municipal.

El Cementerio Católico (llamado antes así porque allí no podían ser enterradas personas de otras religiones) comenzó a construirse en 1823 con fondos solicitados por el Cabildo a Simón Bolívar, cuando la ciudad aún formaba parte de la Gran Colombia. “Entre 1820 y 1822 hubo gran mortandad por la guerra de independencia. El 9 de octubre de 1820 se proclamó la independencia de Guayaquil y se necesitaba más espacio para enterrar a los soldados”, indica Hidalgo.

Aunque se desconoce con exactitud cuánto duró la construcción, existen registros de que en 1831 se levantó la primera tumba: la de la niña Juana Rosa Julia Correa y Pareja. “Eran tiempos en que las familias tenían en promedio diez hijos, y la mitad moría a temprana edad”, añade. La pequeña que hoy recibe ofrendas pudo ser una de esas víctimas de las enfermedades de la época.

Durante la epidemia de fiebre amarilla, entre 1842 y 1843, muchos líderes mostraron arrojo, como Vicente Rocafuerte, entonces gobernador de Guayaquil. “Él lideró una campaña para combatir los estragos de la enfermedad. Un médico de apellido Bravo también perdió la vida”, reseña el director de la Biblioteca Municipal.

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En los periódicos se ofrecían esclavos

El mismo año en que murió Juana Rosa Julia, un periódico llamado El Colombiano circulaba por Guayaquil. En sus páginas se mezclaban crónicas políticas, sobre falsificación de moneda y elogios al general Whittle, un extranjero inspirado por Bolívar.

Entre esas noticias, tres avisos retratan con crudeza la esclavitud de la época: “Se vende un criado sin vicio ninguno. El que quiera comprarlo ocurra a esta imprenta”. Otro anunciaba: “Se vende un esclavo joven, de 24 años. Sabe aserrar, sacar aguardiente y es bueno para panadero”.

EXTRA consultó a dos antiguas familias guayaquileñas de apellido Pareja, y ambas negaron cualquier parentesco con Juana Rosa Julia. La Junta de Beneficencia, administradora del Cementerio General, guardó silencio ante los pedidos de información.

El genealogista Alfredo Santoro sostiene que la identidad de la niña sigue envuelta en misterio. “No he hallado registros de ninguna señora Pareja que se haya casado con un Correa en esos años, aunque la familia ya estaba asentada en Ecuador desde hacía casi un siglo”.

El tiempo ha pasado, pero en la bóveda blanca de mármol siguen apareciendo ofrendas: muñecas de plástico, bombones rojos, carritos diminutos. Juana Rosa Julia, la niña de la tumba más visitada, continúa siendo, para muchos, la guardiana silenciosa de los infantes de Guayaquil. Mientras haya quien la recuerde, su historia seguirá jugando entre los pasillos del cementerio guayaquileño.

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