En la comunidad de San Pablo, parroquia Santa Rosa de Ambato, la tristeza se respira como un velo que cubre cada rincón de la pequeña vivienda donde Olga Manobanda, de 66 años, vivía junto a su nieto de 14.

Ambos ahora reposan en dos féretros colocados uno frente al otro, mientras familiares, vecinos y amigos intentan comprender una tragedia que llegó sin aviso y que dejó a toda la comunidad sumida en el luto.

Una comunidad que pasó de la fiesta al duelo

El pasado 29 de noviembre, el adolescente fue encontrado sin vida dentro de la casa donde residía con su abuela. Fue Olga quien lo halló, y desde ese instante, según sus allegados, su cuerpo no volvió a ser el mismo.

Horas después, en medio de un profundo dolor emocional, su corazón se detuvo. Médicos de una casa de salud confirmaron que sufrió un infarto fulminante.

“Estábamos en plenas fiestas de la comunidad”, relató Liliana Escobar, amiga cercana. “De un momento a otro todo se apagó. Ahora solo queda acompañar a la familia.”

La muerte del menor mantiene a los parientes en incertidumbre. “No sabemos por qué tomó esa decisión”, comentó entre lágrimas María Capuz, quien ayuda a recibir a las personas que llegan a dar el pésame. Ella recuerda las últimas horas de Olga: “Solo dijo que le dolía el corazón… la llevamos rápido a una clínica, pero ya no resistió”.

Una despedida que duele el doble

En el patio, una fotografía grande de abuela y nieto preside la sala velatoria. Al frente, los dos ataúdes parecen sostener una última conversación silenciosa. A su alrededor, la comunidad los recuerda y lamenta lo ocurrido.

El lunes 1 de diciembre está previsto el traslado de los cuerpos. Mientras tanto, la familia intenta encontrar consuelo en la solidaridad de quienes se han acercado. “Perder a dos seres queridos en pocas horas es desgarrador —dice María—, pero agradecemos a todos por su apoyo”.

¿Quieres acceder a todo el contenido de calidad sin límites? ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!