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Quito

Los integrantes del Club Ciudad de Quito entrenan en La Carolina y se preparan para el campeonato nacional de baloncesto adaptado.GUSTAVO GUAMAN

Ciudad de Quito: el equipo que eleva el nivel del baloncesto adaptado en Ecuador

Detrás de cada jugada hay historias reales de coraje, estrategia y determinación. EXTRA te cuenta cada detalle. Te preparamos un video

El sol cae despacio sobre el Parque La Carolina, ese pulmón urbano en medio del hipercentro financiero de Quito, donde la vida no se detiene. Entre el sonido de vehículos que transitan por la avenida Amazonas o la calle Japón, las risas de los niños y el trote de quienes persiguen su mejor marca, un grupo de sillas de ruedas irrumpe sobre el asfalto con el eco metálico de las llantas.

El balón rebota, los gritos se mezclan con la brisa, y el juego empieza. Son los integrantes del Club Ciudad de Quito, un equipo de baloncesto adaptado que entrena cada jueves y sábado con una disciplina que asombra y una pasión que contagia.

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Bajo el cielo abierto, el parque se convierte en su coliseo. Ahí, la vida se mide en lanzamientos, bloqueos y risas. No hay lamentos. No hay tiempo para la autocompasión. Cada jugador es una historia que alguna vez dolió, pero que ahora inspira.

Un héroe de guerra a la cabeza de la Federación

En un costado de la cancha, con porte firme y mirada serena, Ángel González observa los movimientos. Es militar en servicio pasivo y presidente de la Federación Deportiva de Personas con Discapacidad Física del Ecuador. Su vida cambió en 1995, durante el conflicto bélico con Perú, cuando una mina antipersonal le arrebató una pierna y parte de la otra. Desde entonces, aprendió que el dolor no es derrota, sino un punto de partida.

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“Mi mensaje es que una discapacidad no limita a nadie”, dice con voz segura. “Nos hace más fuertes. La Federación siempre tendrá sus puertas abiertas”. Su objetivo es “poner en orden la casa”, como suele repetir: que los clubes estén legalmente constituidos, que los deportistas sean reconocidos y que los campeonatos nacionales (como el que habrá en este octubre) se desarrollen con dignidad. “El deporte no solo rehabilita cuerpos, también reconstruye almas”, añade.

Un renacer en la vida

En la misma cancha, Ángel Paredes sonríe mientras acomoda su silla. Su historia es un milagro con nombre propio. En 2022, en un accidente laboral terminó aplastado por una tractomula. Estuvo 25 días en cuidados intensivos, 12 en coma. “Cuando desperté, no quería vivir”, confiesa. Pero algo cambió: “Escuché a mis hijos decirme que tenía que seguir, que era fuerte. Y decidí hacerlo”.

Desde entonces, Ángel vive entre terapias, entrenamientos y fe. “El deporte me cambió la vida. No hay psicólogo ni psiquiatra que reemplace lo que uno siente aquí”, dice mientras recuerda sus logros: ganador de carreras 5K en silla de ruedas, campeón de vóley sentado. Habla con una serenidad que se contagia. “No hay límites. Los límites nos los ponemos nosotros mismos. El sol sale todos los días, y cada día es una oportunidad para levantarse”.

Este equipo de baloncesto ha conformado una familia en Quito

Diego Jaramillo, presidente del club Ciudad de Quito, tiene una convicción: el deporte adaptado no es caridad, es competencia, disciplina y orgullo. “Aquí no venimos a lamentarnos, venimos a vivir”, dice. Diego lleva años empujando el proyecto. Su objetivo inmediato es representar a la capital en el Campeonato Nacional de Baloncesto Adaptado, que se celebrará del 23 al 26 de octubre en el coliseo de la Universidad Católica. “Queremos ser campeones, pero más que eso, queremos ser vistos. Que la gente sepa que existimos”, afirma.

El club entrena dos veces por semana. No hay gimnasio, ni patrocinadores, pero sobran ganas. “El mejor psiquiatra somos nosotros mismos”, asegura. Entre cada jugada, las bromas van y vienen: los jugadores se gritan, se corrigen, se empujan. Al final, siempre hay una carcajada. “Nos vemos todo el tiempo. Compartimos tanto que somos una familia”, dice Diego, mientras un balón cruza la cancha y choca contra su silla. Todos ríen.

Los entrenamientos se realizan dos veces por semana e incluyen ejercicios de coordinación, velocidad y estrategia de juego.GUSTAVO GUAMAN

Una segunda vida en el deporte

Jonathan Manosalvas, de 41 años, se alista para lanzar. Tiene precisión, pero sobre todo, calma. En 2007, cuando egresó de la universidad, fue víctima de un asalto en el sur de Quito. Lo golpearon, lo dieron por muerto y lo arrojaron desde un puente. “Pensaron que era un cadáver. Caí, me fracturé la columna en dos partes y quedé paralizado”, cuenta.

“Al principio todo se derrumba: el trabajo, los sueños, la rutina. Pero encontré el básquet y todo cambió”. Un mes después del accidente, mientras caminaba con su hermana por La Carolina, vio a un grupo de jugadores en silla de ruedas. “Me acerqué y desde ese día no me fui”, recuerda.

Han pasado 18 años. Jonathan es empleado público y entrena religiosamente los jueves y sábados. “En la cancha todos somos iguales. No importa si tienes trabajo o no, si estás feliz o triste. Aquí nadie compadece a nadie. Todos competimos”, dice. El año pasado, su equipo fue tercero a nivel nacional; este año ya ganaron un torneo preparatorio en Ibarra. “El deporte te enseña a adaptarte, a entender que la vida no termina, solo cambia. Te devuelve el equilibrio”.

La cancha adaptada, con señalética exclusiva, fue habilitada dentro del parque La Carolina para las prácticas del club.GUSTAVO GUAMAN

El triplista que rejuvenece con el deporte

A un costado, Patricio Tapia se prepara para su especialidad: el tiro de tres puntos. Lo llaman Gulliver, porque es casi imposible quitarle el balón. Tiene 50 años y una energía que parece de veinte. “No parezco, ¿verdad? El deporte rejuvenece”, bromea.

Era mecánico y jugaba baloncesto convencional. Una lesión en la rodilla se complicó durante años, hasta que, tras múltiples cirugías, tuvo que amputarse una pierna. “A los 46 tomé la decisión. El dolor era insoportable. Pero cuando los conocí, encontré un motivo”. Desde entonces, entrena con disciplina. “Esto es terapia pura. Si te quedas en casa, te consumes. Aquí ríes, te esfuerzas, te sientes útil”. Además del básquet, practica boxeo y pesas. “En esta silla volví a ser yo. Ser bueno en los triples es mi meta, pero más allá de eso, quiero inspirar a otros a venir. Aquí se supera todo”.

En esta zona de La Carolina entrenan

El entrenador que llegó desde Venezuela

Desde la línea lateral, con gorra y silbato, Pedro José Portilla observa y da indicaciones. Venezolano, licenciado en Educación Física, lleva más de 40 años en el deporte. Migró a Ecuador por necesidad y un día, mientras paseaba con su esposa por La Carolina, vio al grupo entrenando. “Me acerqué y les dije: ‘Déjenme ayudar’. Desde entonces, no me he ido”, cuenta.

Portilla no cobra. “Esto es servicio social. Aquí nadie paga, pero todos ganamos vida”. Bajo su guía, el club pasó de ser un grupo informal a tener una escuela de formación con 25 deportistas. “El año pasado quedamos terceros entre diez equipos; ahora vamos por el campeonato”, explica con orgullo.

Pero el reto no es solo deportivo. Las sillas son costosas (cada una cuesta unos 1.200 dólares) y mantenerlas en buen estado es difícil. “Hace poco nos robaron seis. Aun así, no paramos. Estas personas me enseñan cada día que la fuerza está en no rendirse”.

Un llamado a quienes puedan colaborar

El entrenamiento termina con aplausos y chocar de manos. Saben que el talento sobra, pero los recursos escasean. “Hay incentivos tributarios para las empresas que apoyan el deporte adaptado, pero falta voluntad”, recuerda Jaramillo. En cada historia hay una misma convicción: que la vida puede doler, pero siempre se puede jugarla de nuevo.

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