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Ecuador

Las familias viven la tradición de sus ancestros de encender velas para los difuntos.Patricia Oleas

Tradición en Día de los Difuntos: Iluminan las tumbas para el retorno de las almas

Con el repicar de la campana, los vecinos caminan en procesión al cementerio para encontrarse con las ánimas de sus familiares

Cada 1 de noviembre, al caer la tarde, el repique de campanas convoca a los habitantes de San Luis, una parroquia rural del cantón Riobamba, en la provincia de Chimborazo, para iniciar la procesión hacia el cementerio y revivir la antigua tradición de la Fiesta de las Almas.

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Todos caminan tras el prioste, la banda de pueblo y la réplica del Cuadro de las Ánimas. En el cementerio, en cada tumba hay una vela encendida. “Eso viene desde antes de que llegue la electricidad. Las velas se prendían para iluminar el camino de las almas”, explica Arnulfo Oleas, de 65 años, quien fue presidente de la Junta Parroquial y gestionó la llegada de la luz eléctrica hasta el camposanto.

“Pese a tener postes y cables (de luz), seguimos colocando las velitas. Es algo hermoso, milagroso. El viento sopla fuerte allá arriba, pero las velas no se apagan”, asegura.

Esta costumbre sigue viva. Familias como la de Pedro Santillán o la de Yesenia Ausay continúan encendiendo cada año las mil velas que iluminan el camposanto, en la víspera del Día de Difuntos. Arnulfo todavía recuerda el sonido de la pequeña campanilla que rompía el silencio de las noches sin luz en la parroquia.

El animero, respetado personaje

Entre esas luces y rezos surge el recuerdo del personaje más respetado de la tradición: el animero.

Un mes antes del Día de Difuntos, él recorría las calles del pueblo invocando a las almas benditas del purgatorio. “Se daba las vueltas por toda la parroquia, rezando y llamando a las almitas para que regresen”, relata con voz pausada el exdirigente, mientras el brillo en sus ojos parece volver a esas noches de su infancia.

En el San Luis antiguo, ese que apenas se iluminaba con candiles y el reflejo de la luna, la figura del animero imponía respeto. Llevaba una calavera, una campanilla y una cruz. Al ingresar a la iglesia lo hacía de rodillas, rezando. Luego recorría todo el pueblo y subía hasta el cementerio, en la cima de la loma.

El primer animero fue don Isidoro Ron, después vinieron Emiliano Ayala y Darío Abarca. Eran hombres de fe, que hacían ese camino como penitencia por las almas”, rememora.

Envuelto en su poncho oscuro, el animero era una presencia casi mística. Su voz y el repique metálico de la campanilla anunciaban su paso.

En vísperas del Día de los Difuntos, encienden velas en cada una de las tumbas. ag - periodista ag - granasaPATRICIA OLEAS

“La gente sentía temor”, dice Arnulfo, “sobre todo los guambras (niños). No había luz y los perros ladraban en medio del silencio... pero sabíamos que era algo sagrado”, acota.

Con los años, esa costumbre se transformó en la Fiesta de las Almas, una tradición única en Ecuador. Este noviembre, aunque el animero de antaño ya no recorra las calles, el espíritu de esa devoción sigue presente.

Creen que los difuntos están cerca

En San Luis creen que los muertos no están lejos. Las noches de noviembre son el tiempo de su retorno, por eso las familias los esperan con rezos, guaguas (de pan), colada morada y música.

En silencio y con respeto, los recuerdan. Algunos dicen que se les siente cuando una puerta se cierra sola o cuando el viento se aquieta de pronto.

En esta zona rural de Chimborazo, los más creyentes aseguran que las almas benditas vienen con licencia y después regresan a su lugar. Por eso, les alumbran el camino para que sepan volver.

Cuando cae la noche y el cementerio brilla con cientos de velas, la colina se llena de puntos de luz. Es la fe de un pueblo que conversa con sus muertos, que no les teme y que los honra.

“Esa es nuestra cultura, la que dejaron los abuelos y que ojalá nunca se pierda, porque las almas también necesitan que alguien las recuerde”, finaliza Oleas.

Los sepelios se hacen en la noche

En esta región, los entierros se realizan de noche, repartiendo velas de casa en casa antes del sepelio. Luego, los pobladores salen en procesión con la banda y las luces, dejando las velas en el cementerio como una forma de acompañar al difunto hasta su descanso final.

Tradición centenaria en la parroquia San Luis de Riobamba. ag - periodista ag - granasaPATRICIA OLEAS

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