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Los jóvenes cuentan lo que las clientes han pedido durante el trabajo sexual.cortesía

Jóvenes escorts en Guayaquil: entre necesidad, compañía y sombras de la noche

Cuatro trabajadores sexuales cuentan a EXTRA lo que sus clientas jamás admitirían en público

José cruza el centro de Guayaquil con una seguridad que no parece de su edad. Camina como si conociera el lado nocturno y peligroso de cada esquina, como si la ciudad le hubiera enseñado a andar rápido y mirar poco.

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Lleva una mochila universitaria en la espalda, los guantes del gimnasio en un bolsillo y una camiseta sin mangas que deja ver brazos tensos, marcados por horas de pesas. Tiene 23 años. Estudia de día y trabaja de noche, en jornadas que se alargan hasta que el sol calienta las aceras.

Desde hace dos años atiende a mujeres que lo contactan por Skokka, un portal de anuncios para escorts. Dice que sus noches avanzan “con pausa y con pasión”, pero la frase se deshace bajo la luz dura de un cuarto alquilado. “Ellas piden trato de pareja, luego penetración. Quieren sentirse queridas”, explica José, con voz baja y un gesto cansado.

“Los hombres, en cambio, van al grano: te dicen lo que quieren sin rodeos. Las mujeres son más fáciles de llevar… más dóciles”.

Vive en un barrio donde los taxis no entran después de las diez de la noche. Entre callejones, disparos ocasionales y motos sin placas, José también se mueve con cautela.

Más de una vez ha cancelado un servicio porque ningún conductor se atreve a cruzar la frontera invisible que separa la ciudad formal de los territorios dominados por bandas criminales.

José y Daniel, dos jóvenes, se dedican al trabajo sexual con clientas y con parejas que buscan acompañantes en Guayaquil.cortesía

La primera mujer que lo contrató tenía 35 años, un buen trabajo, ropa cara y palabras escogidas. Antes de verlo pidió fotos del cuerpo y el rostro, como si el miedo a una estafa le hubiera afilado la desconfianza. “Me preguntó por qué hacía esto, que era muy joven, que me cuidara”, recuerda José.

Pero luego, en la habitación de un hotel, fue ella quien se quebró: dijo que no encontraba amor, que los hombres querían arrancarle algo, no acompañarla. “Prefería pagar por lo que necesitaba y evitar el resto”, resume el joven.

Y no es el único. En pasillos universitarios y buses llenos circulan historias de chicos que pagan estudios vendiendo fotos en OnlyFans o trabajando como acompañantes nocturnos. José asegura que cada vez conoce a más.

¿Qué dicen los estudios académicos sobre estas tendencias?

Estudios académicos empiezan a iluminar estas sombras digitales. Investigadores de las universidades de Ottawa y Dalhousie sostienen que la tecnología está reescribiendo las reglas del trabajo sexual, abriendo rutas nuevas —y riesgos nuevos—.

Cambridge añade un dato incómodo: aunque el 80 % del trabajo sexual lo ejercen mujeres y los compradores son mayormente hombres, las clientas tampoco son una rareza. Y algo más: incluso si el mundo fuera justo, el trabajo sexual seguiría existiendo. La necesidad siempre encuentra camino.

Las motivaciones de las clientas se repiten como patrones ocultos. Unas quieren sexo sin culpas ni exigencias. Otras buscan cumplir fantasías que no se atreverían a nombrar en casa.

Los sitios web están llenos: cientos de avisos con torsos desnudos, cuerpos aceitados, miradas duras. La mayoría enfocados en hombres, mujeres y parejas. Muy pocos solo para mujeres. Guayaquil, Quito y Cuenca lideran la lista.

El trato es de compañía, no solo sexo

Michael conoce ese mundo desde hace ocho años. Tiene 29 y ha atendido a 60 mujeres. Entró casi por accidente: necesitaba dinero y una amiga le dijo que algunas buscaban acompañantes masculinos. Así empezó. “La mayoría quiere compañía, no solo sexo”, cuenta. “Cenas, eventos, viajes cortos. En la cama quieren consentimiento, calma, conversación. Muchas viven solas o trabajan demasiado”.

Recuerda a su primera clienta con ternura. Ella insistió en cenar primero, conversar, conocerse. “Buscan algo romántico… sentirse escuchadas, cuidadas, valoradas. La experiencia completa vale más que el acto físico”, resume.

En cambio Josué, amigo de Michael, se especializó en tríos. Todo comenzó a los 17 años, cuando salía del colegio y tomaba un helado en el parque Centenario. Una mujer hermosa se le acercó para pedirle que participara en un trío junto a su esposo. Le ofreció “un buen billete”. Él aceptó.

Hoy tiene 31. Lo han llamado para tríos, parejas casadas y también menores de edad, servicio que siempre rechaza por ley y por ética. “He atendido a cincuenta mujeres”, cuenta. “Unas piden juegos sexuales; otras solo quieren verte desnudo, como pareja. A muchas les gusta el ambiente swinger, intercambiar parejas, los fetiches”.

Los jóvenes están dispuestos a complacer de todas las formas a las damasl.Pexels

Entre las peticiones que más le impactaron está la de una mujer que, tras llevarlo a su departamento, le pidió sexo con su esposo. “Una pareja privilegiada de Urdesa, ambos médicos, acordaron encadenarme y me echaron lágrimas de vela en el cuerpo. Otras parejas quieren dildos, sexo oral…”, relata.

Un gay y ocho adultas

Las mujeres adultas mayores también forman parte de la demanda. Daniel, quien se define como gay pero dice disfrutar del sexo sin tabúes, recuerda a una mujer de 65 años que conoció en un centro comercial donde él solía probarse ropa.

La vio tres veces; ella lo vio también. Al final se acercó, se sentó a su lado y le dijo: “Quiero hablar de un tema delicado”. Le tocó la pierna y, con el cabello canoso y labios rojos, soltó: “Quisiera estar en otro espacio con usted”.

Daniel cobra 60 dólares por el servicio y paga 20 por la habitación en el centro de Guayaquil. Esa clienta no le pidió nada específico: “Me dijo que use mi imaginación”.

En seis años ha atendido a ocho mujeres, aunque cada una lo ha buscado varias veces. Recuerda especialmente a una cuyo esposo montó en cólera al verlo allí, esperándola en la casa. “Ella era la de la idea”, dice riendo.

Relaciones más líquidas

EXTRA consultó a dos profesionales de la psicología para entender qué hay detrás de esta oferta masculina y la demanda femenina en las plataformas.

La psicóloga clínica Ana Alarcón explica que los vínculos actuales están atravesados por capitalismo y patriarcado. “Con estas olas de consumir lo más rápido posible, surge frustración: no obtener al instante lo que se desea en las interacciones. Se evitan confrontaciones y conversaciones incómodas. Son relaciones más líquidas: fáciles de soltar, irse, terminar”, señala.

Para la psicóloga Karla Alvear, que atiende a población trabajadora sexual, es clave comprender los factores psicosociales que marcan sus vidas: “tabú, estigma, discriminación, prejuicios”, además de exposición a violencia, abuso, explotación o riesgo de ITS (infecciones de transmisión sexual). Todo impacta la autoestima y genera ansiedad, depresión, aislamiento, estrés postraumático y consumo problemático. “Por eso la intervención psicológica es imprescindible: salud mental, gestión emocional, fortalecimiento de autoestima y habilidades de afrontamiento”, concluye. 

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